LA FRASE CON LA QUE HUMPHREY BOGART SE ENAMORO DE LAUREN BACALL.

 LA FRASE CON LA QUE HUMPHREY BOGART SE ENAMORO DE LAUREN BACALL.
Existen actrices, y luego está Lauren Bacall. Una mujer que no simplemente ingresó al cine, sino que lo conquistó, y lo hizo acompañada de un hombre que parecía haber salido de una narración de Dashiell Hammett. No solo en compañía, sino a través de su mirada. Y esa mirada… la de Bacall. Sutil, casi felina, con una voz profunda y rasposa, la voz de una vida marcada por el humo del cigarrillo y de secretos revelados a media luz.

La historia entre ella y Humphrey Bogart constituye una de esas narrativas impregnadas de celuloide, humo de tabaco y whisky. No se encontraron en una audición típica de revista, sino en el set de "Tener y no tener" (1944). Ella, Betty Perske, una joven de diecinueve años con la audacia de una veterana; él, Bogart, en sus cuarenta y tantos, el cínico de la gabardina y con el rostro arrugado por desilusión.

La química que surgió en ese instante fue de esas experiencias que solo se presentan una vez en la vida. Howard Hawks, que no era ingenuo, lo reconoció al instante y comprendió que había hallado algo más que dos intérpretes. Había descubierto una pareja. Y el cine se encargó de ratificar ese vínculo. Esa escena donde ella le dice: "Si me necesitas, silba. Sabes silbar, ¿verdad, Steve? " es una de esas réplicas que se analizan, pero no se replican. Su seducción es tan contundente que uno se cuestiona si Bogart, en ese momento, no estaba actuando, sino sucumbiendo. Y así fue.

Se unieron en matrimonio, y Hollywood tuvo su dúo dorado, el que no anhelaba la exposición de la alfombra roja, sino la cercanía de los bares oscuros. Colaboraron en cuatro filmes, y cada uno de ellos se convirtió en un hito. Después de "Tener y no tener", llegó lo que muchos consideran la cúspide del cine negro: "El sueño eterno" (1946).

Enredados en una trama compleja, Bogart y Bacall se contemplaban, se mordían y se deseaban, mientras que nosotros, los espectadores, disfrutábamos de ese intercambio de diálogos agudos y dobles sentidos. Posteriormente aparecieron "La senda tenebrosa" (1947), con un Bogart en la penumbra, y "Cayo Largo" (1948), su despedida en la pantalla. Bogart partió de este mundo, dejándola viuda a la edad de 32 años.

Ella continuó. Con altibajos. Participó en cine junto a Marilyn Monroe y Betty Grable en "Cómo casarse con un millonario" (1953), y se desenvuelto con soltura en un género que no le era propio. Sin embargo, su verdadero legado no radica en la cantidad de películas, sino en el rastro de una mujer que supo ser tan fuerte como Bogart, sin sacrificar un ápice de su feminidad. Ella no interpretaba a una mujer fuerte; ella lo era.

Lauren Bacall no solo cautivó a Bogart, sino que también sedujo a todos nosotros. Su voz, su mirada y su audacia. . . eran atributos que no se podían adquirir. Eran inherentes a su naturaleza. Por esta razón, su legado no está compuesto de celuloide, sino que se asemeja al de aquellas actrices de cine que ya no existen, aquellas que, sin intención, nos inspiraron a soñar con un mundo diferente, uno que era algo más sofisticado, más cínico y mucho más auténtico. Un mundo donde el amor no se concebía como una comedia romántica, sino como un intercambio de miradas afiladas en la barra de un bar de la década de 1940, y donde el simple acto de silbar representaba una promesa de reencuentro. Y esa, señores, es la clase de narrativa que tanto el cine como la vida han perdido la habilidad de contar.





Comentarios

  1. Que Bogart había encontrado a su media naranja se nota en cada una de las escenas entre ambos y en esa química que los convirtió en una de las grandes parejas del cine. Vaya con la flaca que enamoro al duro Boogie.

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