LA PRIMERA PELICULA QUE STEVEN SPIELBERG VIO EN UN CINE.
Antes de que existieran Tiburón, E.T. o Parque Jurásico, hubo un niño que se quedó paralizado frente a una pantalla de cine. Tenía seis años, vivía en Cincinnati y aún no sabía que aquel día, sin proponérselo, comenzaría a trazar una de las carreras más influyentes del séptimo arte. Su nombre era Steven Spielberg, y la película que lo cambiaría todo llevaba por título El mayor espectáculo del mundo (1952), dirigida por Cecil B. DeMille.
En aquel filme de circo y pasiones humanas, Betty Hutton y Cornel Wilde competían por brillar bajo la carpa, Charlton Heston comandaba el espectáculo y James Stewart interpretaba a un payaso que jamás se quitaba el maquillaje. Lo que para los adultos era un drama romántico ambientado entre trapecios, para el pequeño Spielberg fue una revelación tan fascinante como aterradora. Años después, el cineasta recordaría en una entrevista con CBS el impacto de aquella experiencia: «No sabía qué era una película… y de pronto estaba dentro de una historia sobre el circo». Pero lo que de verdad lo marcó fue la secuencia del accidente de tren. “Fue lo más aterrador que había visto en mi vida”, confesó.
Esa mezcla de miedo y fascinación se convertiría en la semilla de su vocación. En sus primeros cortometrajes, rodados con una cámara Super 8 y un tren de juguete, Spielberg intentó reproducir aquel choque de locomotoras que lo había obsesionado. De ahí surgiría su impulso narrativo: convertir el asombro infantil en motor de sus historias.
Paradójicamente, la película que despertó su pasión por el cine no es hoy recordada como una obra maestra. El mayor espectáculo del mundo ganó el Oscar a la mejor película y al mejor guion original, además de arrasar en taquilla con 36 millones de dólares en todo el mundo. Sin embargo, el paso de los años la ha colocado entre los títulos más cuestionados que jamás ganaron el premio de la Academia. Muchos críticos coinciden en que el galardón fue un reconocimiento simbólico a la carrera de DeMille más que a los méritos del film. No es difícil pensar así, si se observan los rivales con los que competía aquel año: Solo ante el peligro de Fred Zinnemann, Ivanhoe de MGM, Moulin Rouge de John Huston y El hombre tranquilo de John Ford. Inexplicablemente, Cantando bajo la lluvia, hoy considerada una joya inmortal, apenas obtuvo dos nominaciones menores.
El tiempo, sin embargo, dio otro tipo de justicia. Porque aunque El mayor espectáculo del mundo haya perdido prestigio, su eco sigue resonando en la memoria de un creador que transformó el modo de contar historias en la gran pantalla. En Los Fabelman, su película más personal, Spielberg rindió homenaje a aquel primer contacto con el cine: un niño llamado Sammy —su alter ego— queda fascinado al ver esa misma cinta junto a sus padres. Un guiño emotivo al origen de una vocación que nació, precisamente, en el interior de una carpa de circo proyectada sobre una pantalla.

Cuando la vi de pequeño me causo una grata impresión en su pase televisivo, yo buscando a James Stewart y se pasaba la pelicula maquillado de payaso. Mi primera peli en los cine fue el reestreno o que llego con mas de una década después al cine de mi pueblo, el film era Django de Sergio Corbucci.
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