LA SOLITARIA MUERTE DE ORSON WELLES.
El enfant terrible de Hollywood, el niño prodigio que logró adentrarse en la industria cinematográfica a los 25 años y que, al momento de su fallecimiento a los 70, se encontraba abandonado a su suerte. Su existencia estuvo estrechamente vinculada a la del magnate que interpretó, con quien no solo firmó su obra maestra, sino también la obra maestra paradigmática en la historia del cine, que, independientemente de preferencias personales, es indiscutible en su calidad desde el inicio hasta el final. Así como Charles Foster Kane, Orson Welles alcanzó la cúspide, transformó todo y falleció… en soledad.Director, escritor, actor, productor, guionista, narrador, doblador y mago ocasional, el cineasta pasó su vida bajo la sombra de su personaje perpetuo, con el cual alcanzó el éxito y la renombre. Cuando se proyectó Ciudadano Kane en 1941, Welles ya había ganado notoriedad gracias al programa radiofónico La guerra de los mundos de 1938, el cual indujo a creer a dos de los siete millones de oyentes que estaban sufriendo un ataque alienígena. Desde ese momento, se dedicó a la cinematografía y siempre se mantuvo ligado a un tipo de cine que reflejaba aquella broma radiofónica: el engaño y la falsedad. Este tema se presenta, sin excepción, en todas sus películas, explorando la relación entre el individuo y su máscara, así como la búsqueda o ocultamiento de su verdadera identidad, y la ambivalencia entre la realidad de sus personajes y sus aspiraciones. Esta temática se encuentra presente en El extraño, La dama de Shanghái, Campanadas a medianoche, El cuarto mandamiento, Sed de mal y hasta El proceso.
En todas ellas, como el gran ilusionista que era, también abordó la ilusión, la mentira, la actuación y la complejidad del alma humana, que se constituye como uno de esos rompecabezas que se repiten en Ciudadano Kane. Esta es una película laberíntica, marcada por la soledad y pasiones de tipo shakesperiano, tales como la locura, el poder, la miseria moral y la debilidad, junto a un ego desmesurado. Un ego sin el cual, ni la obra de Kane ni la de Welles habrían sido viables.
La película, planteada como un enigma indescifrable, fue una obra maestra realizada –cabe destacar– a los 25 años. Sin embargo, la vida que inspiró libremente a su personaje, la de William Randolph Hearst, se vio tan expuesta tras el estreno del filme que el poderoso magnate se esforzó por desacreditarla, asegurándose de que se retirara de los cines en todo el país. Logró esto en muchos casos y, en última instancia, influyó en su fracaso en taquilla.
Desde ese momento, las finanzas de Welles ya no cuadrarían. La RKO, escéptica, mutiló El cuarto mandamiento, que resultó ser un fracaso aún mayor. La dama de Shanghái y El extraño corrieron con la misma suerte, ya que, pese a recibir críticas maravillosas, el director siempre se vio acompañado por la reputación de realizar un cine poco comercial, experimental o extraño. Además, lo etiquetaban como comunista. Y el público no lo respaldaba.
En 1947, en un acto de desesperación, se autoexilió en Europa con la esperanza de encontrar financiación que no lograba obtener en Hollywood. Participó en la producción de El tercer hombre durante dos días, a cambio de 40. 000 dólares, con el fin de conseguir dinero de manera relativamente sencilla; además, realizó comerciales, asumió papeles secundarios en producciones como Moby Dick y Napoleón, y se encargó de la narración de diversos filmes, desde Rey de reyes hasta películas de animación, para generar ingresos que le permitieran financiar sus propias creaciones. Así fue como logró hacer avanzar proyectos como Mr. Arkadin, El proceso o Campanadas a medianoche, verdaderas obras maestras que realizó con presupuestos que habrían sido considerados ridículos en Hollywood.
Desde mediados de la década de 1970, Orson Welles vivía de manera modesta. Se había casado en tres ocasiones, una de las cuales fue con Rita Hayworth, y contaba con tres hijas. Aunque nunca llegó a estar en una situación de completa ruina, se vio forzado a vender la mansión que poseía en España, la cual, al igual que el Xanadú de Kane, era excesivamente grande y opulenta para un hombre destinado a vivir en soledad. De regreso a Beverly Hills, continuó escribiendo guiones, concediendo entrevistas y realizando radioteatro en búsqueda de la financiación necesaria para cualquiera de los numerosos proyectos que, lamentablemente, nunca llegaron a completarse, tales como El principito o El Quijote. Sin embargo, estos esfuerzos resultaron infructuosos, ya que nadie confiaba en él, debido a la desconfianza generalizada que se había forjado.
Falleció de un infarto el 10 de octubre de 1985. En un momento de gran ironía, cayó sobre su máquina de escribir con su puro aún encendido en el cenicero, rodeado de una acumulación de papeles, tazas de café y restos de vodka. Su deceso, al igual que el de Charles Foster Kane, fue notablemente solitario, y se intentó conferirle un aura de misterio similar a la de su célebre personaje. No obstante, tal intención resultó infructuosa. Murió en soledad, habiendo sido abandonado por la industria a la que, como pocos cineastas, aportó una considerable cantidad de ideas y modernidad.
Sus cenizas fueron trasladadas a su amada España, donde fue llorado mucho antes de que Hollywood reconociera el vasto legado que dejó en forma de obras maestras en la historia del cine. Unos años antes de su fallecimiento, el American Film Institute lo había proclamado públicamente como "un genio incomprendido". Sin embargo, esta llegada tardía y escasa fue insignificante. La verdad es que esa genialidad, considerada incomprendida, fue la única realidad que nunca logró engañar a nadie. Fue la única veracidad que perduró.
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