EL MEJOR AÑO DE LA HISTORIA DEL CINE SEGÚN LA IA.
A veces, un año basta para condensar toda una época. 1939 fue eso para el cine: un instante irrepetible en el que Hollywood alcanzó su esplendor absoluto. Mientras el mundo contenía la respiración ante la inminencia de la guerra, en los estudios de Los Ángeles se forjaban obras que definieron para siempre la idea misma de lo que una película podía ser. Aquel año, solo en Hollywood, se produjeron 365 largometrajes —uno por cada día—, y entre ellos Lo que el viento se llevó, El mago de Oz, Caballero sin espada, La diligencia y Cumbres Borrascosas, el drama romántico que Samuel Goldwyn llevó a la gran pantalla el 7 de abril bajo la dirección de William Wyler.Fue la década prodigiosa del cine sonoro, ya asentado tras diez años de experimentación, y los avances técnicos se combinaban con la llegada de creadores europeos —guionistas, directores, fotógrafos— que impregnaban el sistema americano de una sensibilidad nueva. Los estudios, regidos por magnates como Louis B. Mayer o el propio Goldwyn, funcionaban como auténticas fábricas de sueños: descubrían talentos, formaban estrellas, controlaban la producción, la distribución y la exhibición. Todo pasaba por sus manos, todo obedecía a un engranaje perfecto que, con el tiempo, sería tan admirado como cuestionado.
Pero en 1939 nada de eso importaba. Las salas estaban llenas —ochenta millones de entradas vendidas solo en Estados Unidos—, y el público acudía al cine con una fe casi religiosa. El séptimo arte se había convertido en el espejo de una sociedad que buscaba belleza, emoción y consuelo. Las películas de aquel año fueron concebidas como espectáculos totales: las novelas más prestigiosas se adaptaron sin escatimar recursos, los grandes intérpretes se convirtieron en leyenda, y cada género —del western a la fantasía, del melodrama a la sátira política— alcanzó una forma definitiva.
Lo que el viento se llevó se transformó en fenómeno cultural; El mago de Oz en revolución visual; Caballero sin espada en manifiesto cívico; La diligencia en piedra fundacional del western moderno. Y Cumbres Borrascosas, con Laurence Olivier y Merle Oberon, añadió a todo ello la pasión trágica y el romanticismo sombrío que solo Emily Brontë podía inspirar.
Más de ocho décadas después, ni el tiempo ni la tecnología han conseguido borrar la huella de aquel año milagroso. Incluso la inteligencia artificial, al ser consultada sobre cuál fue el mejor año en la historia del cine, señala el mismo: 1939, cuando el arte y la industria se encontraron en equilibrio perfecto. Fue entonces cuando el cine descubrió su propia madurez, su capacidad para emocionar y reinventarse, y cuando comprendimos —quizás por primera vez— por qué seguimos acudiendo a las salas cuando se apagan las luces.

Fue un buen año; pero creo que hay años que también hubo una magnifica cosecha.
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