70 PERSONAS RESULTARON HERIDAS DURANTE EL RODAJE DE "EL GRAN RUGIDO"

 70 PERSONAS RESULTARON HERIDAS DURANTE EL RODAJE DE "EL GRAN RUGIDO"

Tippi Hedren aprendió, a golpes y picotazos, que cualquier criatura puede ser terrorífica si quien la dirige se lo propone. Durante el rodaje de Los pájaros, Alfred Hitchcock, en un alarde de crueldad meticulosa, mandó atar gorriones reales al jersey de la actriz sin advertírselo. Cuando ella echó a correr, las aves, presas del pánico, la siguieron entre chillidos y plumas, dejándola al borde del colapso. Si Janet Leigh nunca volvió a ducharse con la puerta abierta tras Psicosis, Hedren terminó desarrollando un miedo insuperable a los pájaros, y sobre todo a los hombres que los manejaban.

Quizá por eso, años más tarde, decidió tomar el control. En los setenta, mientras rodaba una cinta menor en Sudáfrica, vio una manada de leones y tuvo una revelación: hacer una película ecologista, una comedia salvaje protagonizada por grandes felinos. Los suyos serían el ejemplo perfecto de convivencia entre humanos y animales. Para evitar abusos, pondría a su marido, Noel Marshall, detrás y delante de la cámara, y el reparto lo completarían sus hijos, entre ellos una jovencísima Melanie Griffith. Lo que parecía una idea inocente derivó en una pesadilla de proporciones bíblicas: El gran rugido.

El proyecto, que debía ser una parábola amable sobre la armonía entre especies, se convirtió en una década de caos. Los Hedren utilizaron su mansión de California como plató, reclutaron técnicos novatos —entre ellos un tal Jan de Bont, futuro director de Speed y director de fotografía de La jungla de cristal— y llenaron el jardín de fieras. Literalmente. Cuando las autoridades descubrieron su zoológico clandestino, el matrimonio compró unos terrenos a las afueras de Los Ángeles y los cercó de forma precaria. Allí instalaron su arca: 71 leones, 26 tigres, 13 leopardos, 10 pumas, dos jaguares, un elefante y una buena colección de aves. El presupuesto, que comenzó como una aventura doméstica, terminó ascendiendo a 17 millones de dólares: la película casera más cara jamás rodada.

Lo que vino después rozó el delirio. Noel Marshall, convencido de que la espontaneidad daría autenticidad al filme, redujo el guion a una excusa y dejó que las cámaras siguieran a los animales “hasta que pasara algo”. Y pasaba constantemente. Tigres abalanzándose sobre actores, leones jugando con los cámaras, ataques que terminaban con puntos de sutura y vendajes. Jan de Bont acumuló más de 200 puntos tras el zarpazo de un león; el propio Marshall sufrió infecciones graves por mordeduras; Hedren, en una de las secuencias más insólitas, permitió que un leopardo la lamiera mientras su rostro estaba cubierto de miel.

Por si faltara dramatismo, hubo incendios que obligaron a evacuar a las bestias, lluvias torrenciales que arrasaron el terreno y un sinfín de accidentes. El gran rugido, estrenada tras diez años de rodaje, apenas recaudó dos millones de dólares, frente a los cien que su protagonista había pronosticado. La crítica la despedazó, aunque muchos espectadores acudieron solo por ver los ataques reales que aparecían en pantalla.

Con el tiempo, aquella locura se transformó en leyenda. Tippi Hedren escribió un libro sobre la experiencia y, junto a su marido, fundó una organización para proteger a los grandes felinos, bautizada irónicamente con el mismo nombre que la película. Hoy El gran rugido sobrevive como título de culto: el testamento temerario de una actriz que quiso demostrar que el peligro no estaba en las garras de los animales, sino en la obstinación humana por dominarlos.



Comentarios

  1. No se quien estaba mas loco, el loco que dirigía la pelicula, o los locos que se prestaron a intervenir en ella.

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