ASÍ CONSTRUYO MARLON BRANDO A VITO CORLEONE.
Más de cincuenta años después de su estreno, El Padrino sigue proyectando una sombra alargada sobre la historia del cine. No solo por su influencia, su prestigio o sus tres premios Oscar, sino por todo lo que ocurrió en sus márgenes: pequeñas rarezas, decisiones inesperadas y métodos poco ortodoxos que hoy forman parte de su leyenda.
Uno de los nombres que inevitablemente concentra esas historias es el de Marlon Brando. Su interpretación de Vito Corleone, premiada con el Oscar al mejor actor, es considerada una de las más icónicas de todos los tiempos. Lo paradójico es que Brando apenas se aprendía los diálogos. No era un descuido puntual, sino una costumbre. Para él, memorizar el texto podía matar la espontaneidad, convertir la escena en algo mecánico. Prefería “mantenerse fresco”, como él mismo defendía.
Así, durante el rodaje, los diálogos aparecían escritos en carteles, pegados a muebles, escondidos entre la ropa de otros actores o incluso colgados de los árboles. Robert Duvall recordaba con naturalidad aquella célebre escena en el jardín junto a Al Pacino: Brando alzaba la mirada y allí estaban sus frases, visibles entre las ramas. Duvall nunca tuvo del todo claro si se trataba de un método creativo o de simple pereza, pero admitía una cosa incuestionable: funcionaba. Y no era un caso aislado. En Superman, años después, el plató volvió a llenarse de tarjetas para cubrir apenas veinte minutos de metraje.
La construcción física del personaje fue otro ejercicio de intuición pura. Dick Smith, el legendario maquillador, transformó a Brando en un patriarca envejecido cuando el actor apenas tenía 48 años. Látex, tinte oscuro para el cabello, dientes amarillentos y un ingenioso dispositivo para ensanchar las mejillas y modificar la voz sin dificultar el habla. Pero la chispa inicial no vino del departamento técnico. En una de las primeras pruebas, Brando apareció con algodones en la boca, betún en el pelo y el cuello de la camisa levantado. El Padrino ya estaba ahí, antes de que nadie lo supiera del todo.
Mientras tanto, la película narraba el ascenso silencioso de Michael Corleone, interpretado por un joven Al Pacino que acabaría ocupando el centro moral —y criminal— del relato. A su alrededor, un reparto extraordinario: James Caan, Robert Duvall, Diane Keaton, Richard Castellano, Sterling Hayden o John Marley, todos integrados en una historia que respiraba clasicismo y tragedia familiar.
El éxito fue inmediato y colosal. El Padrino recaudó más de 248 millones de dólares en todo el mundo y durante años fue una de las películas más taquilleras jamás realizadas. Pero su verdadera dimensión no se mide solo en cifras. Con el tiempo llegarían dos secuelas que expandirían el mito, aunque la primera entrega conserva algo irrepetible: la sensación de que todo encajó por instinto, riesgo y talento, incluso cuando nada parecía seguir las normas establecidas.
Quizá ahí resida su grandeza. En que una obra tan monumental esté hecha, en parte, de improvisaciones, trucos visibles y decisiones aparentemente caóticas. Como si Coppola, Brando y compañía hubieran entendido que, a veces, el cine más inmortal nace justo donde termina el control absoluto

Sea como fuere, creo que hoy día se recuerda a Marlon Brando como Don Vito Corleone, y yo reconozco que es en una de las pocas peliculas que me ha gustado su interpretación.
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