MIA GOTH, UNA ESTRELLA QUE NO NECESITA PEDIRLO.

 MIA GOTH, UNA ESTRELLA QUE NO NECESITA PEDIRLO.

Resulta casi paradójico que Mia Goth insista en que no se siente famosa. Lo dice incluso ahora, cuando su rostro circula entre los grandes nombres de Hollywood y su nombre aparece asociado tanto a Christopher Nolan como al universo Star Wars. Sin embargo, basta revisar el camino que la ha traído hasta aquí para comprender que su relación con la notoriedad es tan particular como su manera de habitar el terror.

Antes de que el mundo entero conociera a Pearl —esa criatura desesperada que gritaba “¡Por favor, soy una estrella!” en una de las escenas más hipnóticas del cine reciente—, Goth ya llevaba años construyendo, sin ruido y con una determinación férrea, una filmografía insólita. Aunque muchos la identifiquen por su magnetismo en el horror contemporáneo, todo empezó de un modo muy distinto: con un debut nada menos que en Nymphomaniac, de Lars von Trier, a los dieciséis años. Un comienzo intimidante para cualquiera… salvo para alguien que parecía hecha para atravesar límites.

Aquel primer golpe de riesgo abrió la puerta a una cadena de proyectos que la situaron en territorios extremos: del thriller postapocalíptico The Survivalist a la tragedia épica de Everest, pasando por el perturbador universo de Gore Verbinski en La cura del bienestar o el misterio de El secreto de Marrowbone. Más tarde llegaría Suspiria bajo la mirada de Luca Guadagnino, High Life junto a Claire Denis, Juliette Binoche y Robert Pattinson, o Infinity Pool, rugosa y retorcida, de Brandon Cronenberg. Una ruta marcada por atmósferas incómodas, personajes heridos y una voluntad constante de explorar los vértices más inquietos del ser humano.

No es extraño que parte del público la compare con Shelley Duvall, ni que su película favorita sea El resplandor. Tampoco sorprende que la crítica la haya elevado como musa de un género que vive su segunda edad dorada gracias a autores como Jordan Peele, Ari Aster o Robert Eggers. Goth encaja en esa renovación porque entiende el terror no como un ejercicio de sobresalto, sino como un espejo emocional —quizá por eso decía en una entrevista que todos sus personajes son ella misma, “amplificada o atenuada”.

Pero el punto de inflexión llegaría con Ti West. X la situó de golpe en el centro del debate: allí interpretaba, al mismo tiempo, a la prometedora Maxine Minx y a la siniestra Pearl. Aquella doble vida en pantalla anunciaba el estallido que vendría después. Pearl, la precuela que rodaron inmediatamente, no solo la convirtió en protagonista absoluta, sino que la llevó a coescribir el guion junto al director. El resultado fue una interpretación tan desbordante que le valió premios, nominaciones y el fervor de un público que ya la considera una figura de culto. MaXXXine cerraría ese arco con la contundencia de una actriz que sabe que está creando un icono.

Mientras tanto, Hollywood llamaba a la puerta: primero con Guillermo del Toro y su Frankenstein, donde encarna a Elizabeth y recibe un nuevo aluvión de elogios; después con La Odisea, el proyecto de Nolan previsto para 2026; y más tarde con Starfighter, donde asumirá un rol de villana dentro del universo Star Wars.

Aun así, ella mantiene los pies en la tierra. Puede que su imagen haya sido convertida en meme y que su nombre circule entre festivales, revistas y fandoms, pero lo cierto es que su carrera sigue guiándose por la misma brújula que tenía a los dieciséis años: elegir personajes que la desafíen y hagan temblar al espectador.

Hoy, situada entre el cine de autor que la vio nacer y la gran maquinaria que la reclama, Mia Goth ocupa un territorio extraño y fascinante. Y quizá ahí reside su encanto: en no obedecer las reglas del sistema, en no renunciar al margen, en no buscar ser estrella… aunque lo sea con una intensidad que ninguna súplica podría igualar.



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