LA PELEA ENTRE CLINT EASTWOOD Y KEVIN COSTNER EN PLENO RODAJE DE "UN MUNDO PERFECTO".
A menudo, cuando se repasan los trabajos más celebrados de Clint Eastwood, queda fuera de la conversación una película que merecería figurar siempre entre las primeras. Un mundo perfecto, estrenada en 1993 —el mismo año en que el propio Eastwood se dejó ver como actor en En la línea de fuego— contiene una hondura emocional que rara vez se menciona: la herida de la ausencia paterna y la forma en que la cámara observa a sus personajes con una mezcla de fragilidad y lucidez.
Paradójicamente, esa obra que hoy muchos tienden a relegar nació entre fricciones amables, obstinaciones y un respeto mutuo que terminó marcando el rodaje. Kevin Costner, empeñado en que Eastwood apareciese también como actor, aceptó la oferta solo con esa condición. Lo que quizá no calculó fue que, una vez detrás de la cámara, el veterano director no iba a ceder un ápice de su manera de trabajar. Eastwood ha sido siempre fiel a una regla no escrita: la primera toma suele ser la buena; si algo se tuerce, quizá haya una segunda. Nada más. Los intérpretes acostumbrados a pulir cada gesto lo tienen difícil bajo su batuta, y Costner —tan perfeccionista como otros que han trabajado con él, desde DiCaprio a varios más— lo comprobó de inmediato.
Las tensiones no tardaron en aparecer. Hubo un día en el que el director necesitaba rodar una sencilla escena de su protagonista caminando por el campo. Costner avisó que necesitaba unos minutos más. Eastwood, fiel a su humanidad parca y a su método inflexible, no esperó: tomó al doble del actor, lo vistió con la misma camisa y filmó la secuencia sin pestañear. Cuando Costner salió del camión-camerino y descubrió lo sucedido, apenas tuvo tiempo de protestar. «No importa, seguimos», zanjó Eastwood, imperturbable. Y acompañó la frase con una sentencia que define toda su filosofía de trabajo: «Me pagan por rodar películas».
Aquella pequeña batalla estaba perdida de antemano, igual que aquella otra en la que Costner trató —sin éxito— de convencer al director para repetir más tomas o modificar detalles del guion. Pero, pese a los choques, lo cierto es que entre ambos se mantuvo siempre un respeto profundo. De esas diferencias nacieron precisamente la claridad, la tensión emocional y el tono íntimo que hacen de Un mundo perfecto una de las piezas más sensibles del cine de Eastwood, aunque muchos sigan olvidarlo al enumerar sus obras maestras.

Clint Eastwood como director se ha dicho que era y es el último director clásico, y por lo que veo su estilo de rodar es parecido al de uno de los grandes artesanos del Hollywood clásico, Richard Thorpe, que igualmente solo utilizaba una toma, abaratando costes para el estudio.
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