ANGELA LANSBURY, DE REINA DE FRANCIA A JESSICA FLETCHER.

 ANGELA LANSBURY, DE REINA DE FRANCIA A JESSICA FLETCHER.


En el viejo Hollywood había intérpretes que buscaban el resplandor del mito, y otros que preferían el silencio de la consistencia. Angela Lansbury pertenecía a estos últimos: una actriz que nunca necesitó la estridencia para dejar huella. Nació para la escena, pero vivió para el oficio. En este 2025 habría alcanzado el siglo de vida, y la cifra no solo invita al recuerdo: suena a homenaje, a memoria viva. Porque su presencia, lejos de desvanecerse, continúa latiendo en cada rincón de la cultura popular.

Hija de la actriz Moyna Macgill, cruzó el Atlántico desde un Londres castigado por las bombas nazis con apenas diecisiete años. Llegó a Estados Unidos cargada de miedo y determinación, consciente de que aquel viaje no tenía regreso. Su debut en Luz que agoniza (1944) no solo fue una revelación precoz, sino una declaración de intenciones: Lansbury no aspiraba a ser adorno, sino mirada, precisión, inteligencia. Con diecinueve años obtuvo su primera nominación al Oscar. Y aunque no se lo llevó, empezó una carrera tan firme como discreta, guiada por una convicción: la interpretación no debía imponer, sino sugerir.

Esa idea se volvió su marca. No poseía el fulgor trágico de Bette Davis ni el magnetismo salvaje de Ava Gardner, pero tenía algo más duradero: carácter. En El mensajero del miedo (1962) compuso a una madre manipuladora con una frialdad tan convincente que su dulzura resultaba inquietante. Aquella interpretación —su tercera candidatura al Oscar— la consagró como lo que realmente era: una actriz de inteligencia quirúrgica, capaz de habitar a una bruja, a una institutriz o a una tetera con idéntica veracidad.

Y sí, fue la Señora Potts en La Bella y la Bestia, la voz que convirtió un objeto animado en un refugio emocional. Hay ternuras que se aprenden; la suya, no. Al escucharla cantar Beauty and the Beast uno entiende que la emoción verdadera no necesita gestos grandilocuentes, solo una voz cálida y sincera. Pero si hubo un papel que la inmortalizó, fue el de Jessica Fletcher, la escritora-detective de Se ha escrito un crimen. Durante doce años enseñó al mundo que la astucia podía ir de la mano de la compostura. Bastaba con una pausa, una ceja arqueada, un leve cambio de tono. Lansbury convertía lo cotidiano en arte: era capaz de desarmar a un sospechoso con la educación de quien ofrece té.

Su carrera teatral fue igualmente brillante. Ganó cinco premios Tony y dejó huella en musicales como Mame, Gypsy o Sweeney Todd, donde interpretó a la hilarante y siniestra Mrs. Lovett, esa pastelera que servía empanadas de carne humana con encanto travieso. Esa dualidad —entre la oscuridad y la gracia— definía su talento: lo grotesco se volvía fascinante en sus manos.

Angela Lansbury murió en 2022, poco antes de cumplir 97 años, fiel a su estilo: sin dramatismos, en paz. Su despedida no fue un lamento, sino un agradecimiento generalizado. Quedaban sus personajes, sus voces, su ironía suave y ese brillo en los ojos que aún hoy parece mirar desde la pantalla.

Porque hay artistas que desaparecen cuando baja el telón, y otros que se quedan flotando en el aire, como una luz que no se apaga del todo. Lansbury pertenece a esa clase de eternidades serenas: la de quienes no necesitan artificio para permanecer. Si su talento tuviera aroma, olería a té recién hecho y a guion subrayado con lápiz. Y cuando uno vuelve a verla en La bruja novata, en Luz que agoniza o en cualquier episodio de Se ha escrito un crimen, comprende que el tiempo, ante ella, se detiene.

Goodnight, love —decía la Señora Potts—. Y así es como suena aún su legado: una despedida que no termina, una voz que sigue encendida en la penumbra. La elegancia de lo eterno.



Comentarios

  1. Jessica Fletcher, perdón Angela Lansbury no era una belleza al uso, era mucho mas que eso fue una excelente actriz que se paseo por todos los géneros, y hablando de belleza según se dice era dueña de las piernas mas bonitas del Hollywood de la época.

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