LA PELICULA ABIERTAMENTE FEMINISTA QUE ACABO PROTAGONIZANDO CLARK GABLE.
Clark Gable nunca fue solo una estrella del Hollywood clásico: fue el rostro de una época. Su porte altivo, su sonrisa afilada y esa mezcla de arrogancia y encanto lo convirtieron en la viva encarnación del galán americano. Sin embargo, detrás del mito del “Rey” se escondía un hombre que llegó a Los Ángeles con poco más que un sueño y una obstinación feroz. Nació en Cádiz —no el andaluz, sino un pequeño pueblo de Ohio—, hijo único de un trabajador petrolero ausente y de una madre que murió cuando él apenas era un bebé. Su destino no parecía marcado por el glamour, sino por la supervivencia.Durante sus primeros años, Gable trabajó en ferias itinerantes y concursos de talentos, moldeando su oficio entre bastidores improvisados. Fue la actriz Josephine Dillon quien vislumbró su potencial: le enseñó a hablar, a moverse, a controlar su voz y, sobre todo, a pulir su presencia. Incluso pagó la cirugía dental que transformó su aspecto y, con ello, su destino. En 1924, ya instalado en Los Ángeles, comenzó a labrarse una reputación dentro de los círculos teatrales hasta que, siete años después, firmó contrato con la Metro-Goldwyn-Mayer.
A partir de ahí, su ascenso fue vertiginoso. Compartió pantalla con estrellas del calibre de Joan Crawford, Jean Harlow y Myrna Loy, consolidando una imagen de hombre firme y seductor que, con el tiempo, acabaría devorando al propio actor. Su fama era tan grande como su carácter, y su gusto por elegir papeles con precisión milimétrica le valió fama de altivo. No siempre acertaba: cuando Lo que el viento se llevó llegó a su mesa, Gable la rechazó de inmediato, desestimándola como una “película para mujeres”.
Paradójicamente, aquel proyecto que casi desprecia acabaría definiendo su carrera. Su esposa, la actriz Carole Lombard —con la que había coincidido en Casada por azar—, fue una de las primeras en sugerir su nombre al estudio. Soñaba con interpretar a Scarlett O’Hara, y le regaló un ejemplar de la novela de Margaret Mitchell. Gable, testarudo, nunca la leyó. Sin embargo, cedió ante la presión del público, que lo veía como el Rhett Butler perfecto. Eso sí, impuso sus condiciones: nada de acento sureño ni sentimentalismo excesivo.
“Viví con Rhett día tras día, leyendo y releyendo la novela”, contaría después. “Quería que cada gesto, cada palabra, fueran naturales. Rhett debía ser directo, seguro de sí mismo, un hombre de voluntad inquebrantable, capaz de mezclar refinamiento y crueldad con un humor que lo salvaba de sí mismo.” Su interpretación, dirigida por Victor Fleming junto a una radiante Vivien Leigh, acabó siendo histórica. Lo que el viento se llevó no solo se llevó diez Oscar —incluidos mejor película, dirección y actriz principal—, sino que convirtió a ambos en leyendas universales.
Gable, que no ganó la estatuilla, ganó algo más difícil de obtener: la inmortalidad. Desde entonces, su figura quedó grabada en la memoria del cine como el último caballero del viejo Hollywood, el hombre que, sin proponérselo, resumió una era con una sola frase: “Francamente, querida, me importa un bledo.”

Los papeles fuertes de la pelicula son los de las mujeres, Scarlata, Melania aunque parece débil es todo fuerza, Mammy el sostén de la casa de los O'Hara, la dueña del burdel; mientras que los hombres si quitamos de en medio a Rhett Butler, los personajes que quedan son unos lechuguinos y débiles de caracter, desde Ashley pasando por el Sr. O'Hara, o cualquiera de los pretendientes de Scarlata. No es una pelicula abiertamente feminista como si lo era Mujeres de George Cukor, pero tiene su punto.
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