LA PEKIN ESPAÑOLA DE SAMUEL BRONSTON.

 LA PEKIN ESPAÑOLA DE SAMUEL BRONSTON.

En la historia del cine hay sueños que se levantan sobre el polvo y caen con estrépito, dejando tras de sí el eco de una grandeza imposible. Samuel Bronston fue uno de esos soñadores. Mientras en 1963 la 20th Century Fox se tambaleaba bajo el peso de Cleopatra, aquel festín romano que devoró fortunas, un productor de origen ruso construía a las afueras de Madrid un Pekín de cartón piedra tres veces más grande que la Roma de Mankiewicz. Su película, 55 días en Pekín, sería un milagro de escala y ambición. Su autor, un hombre obstinado que creía que el cine podía inventar imperios.

Bronston había nacido en Francia, hijo de emigrados rusos que escaparon del comunismo. En 1937, casado y con un hijo, volvió a huir, esta vez del nazismo, rumbo a Estados Unidos. Allí aprendió inglés y el oficio de productor mientras se enamoraba de la épica del celuloide. En 1943 fundó su propia compañía, Samuel Bronston Productions, y se lanzó al cine de aventuras con el fervor de quien quiere crear mundos desde cero.

Su llegada a España fue, como tantas veces ocurre en el cine, fruto de una combinación de azar, talento y dinero. Tras la Segunda Guerra Mundial, muchos países europeos impusieron leyes que obligaban a reinvertir en el país los capitales extranjeros. Y España, con sus pesetas congeladas, su sol interminable y su bajo coste, se convirtió en un paraíso para los productores astutos. Bronston supo verlo antes que nadie. Tras ocho años de llamadas, acuerdos y una paciencia casi bíblica, consiguió rodar aquí El Capitán Jones (1959), Rey de reyes (1961) y El Cid (1961), contratando a maestros locales y estrellas de Hollywood sin reparar en gastos. El éxito fue inmediato; la envidia de la industria estadounidense, también.

Pero nada se comparó a la magnitud de 55 días en Pekín. En 1962, Bronston alquiló por medio millón de dólares una finca en Las Rozas y levantó allí el estudio que pretendía ser —y lo fue— el mayor del mundo. Durante tres meses, centenares de obreros construyeron una réplica monumental del Pekín de 1900: templos, murallas, avenidas… Una ciudad de cine que aparecía una y otra vez en los noticiarios del NO-DO, símbolo de la España que quería abrirse a lo colosal. El productor recorrió Europa reclutando extras: chinos, sí, pero también peruanos y miles de madrileños de Móstoles y Leganés que, maquillados y ataviados como boxers, llenaron las escenas de rebelión.

Con un presupuesto de 17 millones de dólares, Bronston reunió a Nicholas Ray en la dirección y a Charlton Heston, David Niven y Ava Gardner en los papeles principales. El rodaje, sin embargo, fue una odisea. Ray sufrió un infarto y tuvo que ser reemplazado; Gardner, musa indomable, convirtió la noche madrileña en su segundo plató, llegando al amanecer entre copas y versos olvidados. Mientras tanto, el productor invitaba a aristócratas y exhibidores internacionales a presenciar aquel milagro en construcción: el mayor plató jamás levantado para una película.

El estreno, el 19 de diciembre de 1963 en el cine Palafox de Madrid, fue un acontecimiento nacional. Bronston, Heston, Niven y Gardner desfilaron ante la prensa junto a autoridades del Régimen y luminarias del cine. En España, el público la recibió con entusiasmo; en Estados Unidos, con tibieza. Aun así, 55 días en Pekín consiguió dos nominaciones al Óscar y un Laurel de Oro del gremio de productores.

Bronston aún levantaría La caída del Imperio Romano y El fabuloso mundo del circo en 1964, superproducciones tan grandiosas como anacrónicas. Cuando Hollywood cambió de piel y el público se cansó de los colosos de cartón piedra, su imperio se derrumbó. Quedaron las ruinas —los decorados de Las Rozas, las fotografías en sepia, el mito de un hombre que quiso fundar Roma en Castilla— y una certeza: que durante unos años, España fue la capital del sueño más grande que el cine europeo haya tenido jamás.



Comentarios

  1. Samuel Bronston aposto por España como set de rodaje de grandes producciones, que a mi parecer rayaron a grandísima altura, pero ese sueño de tener un Hollywood en España duro poco.

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