LA GRAN MANIOBRA DE "ATRACO A LAS TRES" PARA ELUDIR LA CENSURA FRANQUISTA.
Cuando José María Forqué decidió poner rostro a Fernando Galindo, no buscó una estrella sino un hombre corriente. Eligió a José Luis López Vázquez, aquel actor madrileño de perfil discreto, conocido por sus secundarios en Plácido, Los jueves milagro o Esa pareja feliz. Contra la opinión de los productores —que preferían a Tony Leblanc—, Forqué apostó por él con una convicción que roza la obstinación. «Tenía la cara exacta para un español al que todo se le ha quedado pequeño: el trabajo, el sueldo, los sueños», diría después. Rafael Azcona, guionista del filme, lo confirmaría con una sentencia aún más certera: «López Vázquez entendía el alma gris del español medio mejor que nadie».El resultado de aquella elección fue Atraco a las tres (1962), una de las comedias más queridas del cine español, considerada por muchos la más divertida de todas, incluso por encima de Bienvenido Mr. Marshall, Plácido o La escopeta nacional. Una farsa amarga y luminosa al mismo tiempo, espejo de una España de oficinistas resignados, con sueldos menguantes, jerarquías absurdas y un humor que convertía la precariedad en carcajada.
Paradójicamente, la película no nació como una comedia delirante. Vicente Coello, su primer guionista, había concebido una historia teatral sobre un grupo de empleados bancarios que, hartos de su jefe, deciden robar la sucursal donde trabajan. Fue Azcona —recién celebrado por El pisito y El cochecito— quien inyectó al argumento ese tono entre melancólico y social, tan característico de su pluma. De su mano, la idea derivó en una sátira del país del “funcionario frustrado”, donde la burocracia era casi una religión y el ascenso social un espejismo.
Cuando el guion llegó a Forqué, éste comprendió enseguida que tenía entre manos una joya, aunque advirtió que si no suavizaban el mensaje tendrían problemas con la censura. Pese a ello, siguió adelante. Las productoras Ágata Films y Hesperia Films aceptaron financiar el proyecto, atraídas por su bajo presupuesto y por el plantel de intérpretes que el director empezó a reunir: Cassen, Gracita Morales, Agustín González, Manuel Alexandre… y un jovencísimo Alfredo Landa en uno de sus primeros papeles importantes.
El rodaje, entre finales de 1961 y comienzos de 1962, tuvo algo de aventura. Las escenas de la entrada del banco se filmaron en una sucursal real del Banco Hispano Americano, en la calle Alcalá. Aquella mañana, varios transeúntes creyeron asistir a un atraco verdadero y llamaron a la policía. Los agentes irrumpieron alarmados y se encontraron con cámaras, focos y un Forqué que blandía permisos en lugar de armas.
El resto se rodó entre los estudios Chamartín —donde se levantaron los interiores del banco y las viviendas de los personajes— y distintas localizaciones madrileñas aprovechadas con naturalidad casi documental. El ojo de la censura, sin embargo, nunca dejó de vigilar. Los revisores obligaron a reescribir escenas y matizar diálogos para evitar cualquier sombra de crítica al sistema bancario o al poder laboral. Y, sobre todo, impusieron un final moralizante: el atraco debía fracasar. Aun así, Azcona logró colar entre líneas su diagnóstico más lúcido: el fracaso como reflejo de una sociedad resignada.
El estreno en el Cine Callao, en diciembre de 1962, fue un acontecimiento. El público rió sin reservas; la crítica, por una vez, coincidió con la calle. Atraco a las tres fue saludada como una obra maestra de la comedia española, un prodigio de ritmo y observación social. Forqué se consolidó como uno de los grandes artesanos del cine nacional, y López Vázquez, a partir de entonces, dejó de ser un actor de reparto para convertirse en figura esencial del nuevo humor costumbrista.
«José Luis convertía la rutina en arte —recordaría Forqué—. Un gesto suyo valía más que un párrafo entero del guion».
Y aquel gesto, el del gris Galindo que se rebela por un día contra su destino, quedó grabado para siempre en la memoria del espectador, acompañado de una frase que se hizo legendaria:
«Fernando Galindo: un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo».
La recuerdo como una simpática comedia con unos personajes que eran incapaces de robar, y en eso puede que la hiciera especial.
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