LA FALSA FRASE QUE NUNCA DIJO Y PRESAGIO LA RETIRADA DE GRETA GARBO.
Pocas figuras en la historia del cine encarnan con tanta precisión el misterio, la belleza y la renuncia como Greta Garbo. Su nombre, ya convertido en concepto, sigue evocando una perfección distante, una especie de divinidad cinematográfica que prefirió desaparecer antes que marchitarse bajo los focos. Cuando en 1939 estrenó Ninotchka, una comedia de Ernst Lubitsch que reveló su inesperada vis cómica, el mundo entero volvió a rendirse ante ella. Pero el fracaso de su siguiente película, La mujer de las dos caras, bastó para que tomara la decisión más radical de su carrera: desaparecer. Tenía apenas treinta y seis años y estaba en la cumbre de su vida. Jamás volvería a actuar.Aquel retiro abrupto no hizo sino fortalecer la leyenda. Se dijo que Garbo había pronunciado una frase que la perseguiría siempre: “I want to be alone”. Era un diálogo de su personaje en Grand Hotel, una bailarina en crisis que suplicaba intimidad. Pero la frase trascendió el guion y se confundió con su propia voz. Décadas más tarde, en una rara entrevista concedida a Life Magazine, Garbo quiso puntualizar: «Nunca dije ‘quiero estar sola’. Dije ‘quiero que me dejen en paz’. Hay una gran diferencia». Y quizá en esa diferencia se halle toda su esencia: no el aislamiento, sino el derecho a existir sin exhibirse.
Greta Lovisa Gustafsson había nacido en Estocolmo en 1905, en el seno de una familia humilde. Trabajó como modelo en unos grandes almacenes y, casi por azar, comenzó a aparecer en pequeños anuncios. Su magnetismo silencioso captó la atención del cine sueco, que le ofreció papeles menores hasta que La leyenda de Gösta Berling (1924) cambió su destino. El éxito de aquella película llamó la atención de la Metro-Goldwyn-Mayer, que le propuso un contrato en Hollywood y, de paso, un nuevo apellido: Garbo.
En su desembarco americano no hablaba una palabra de inglés, pero su rostro lo decía todo. Entre 1925 y 1930 rodó una decena de películas —El demonio y la carne, El beso, La mujer divina— en las que se impuso con un magnetismo altivo, casi hipnótico. Era meticulosa, trabajadora, y completamente ajena a la imagen de diva que proyectaba. Con la llegada del sonoro, mientras otros caían en desgracia, su acento sueco se convirtió en parte del encanto. ¡Garbo habla!, anunciaban los luminosos de Times Square en 1930. Y el público escuchó, fascinado, aquella voz grave, de una serenidad inquietante.
A lo largo de los años treinta interpretó algunos de los títulos más memorables de la época dorada: Anna Christie, Mata Hari, La reina Cristina de Suecia, Ana Karenina, Grand Hotel, La dama de las camelias. Frente a compañeros de reparto como Ramón Novarro o Melvyn Douglas, su presencia ensombrecía todo a su alrededor. En las escenas de amor, su intensidad redefinió el erotismo cinematográfico. Era el mito en plena forma: la mezcla exacta de distancia y deseo.
Pero Garbo nunca se sintió cómoda con la fama. Rehuía las fiestas, los estrenos, las entrevistas. Louis B. Mayer, siempre atento al negocio, supo convertir esa reserva en una marca de fábrica: la actriz que no concedía autógrafos, que apenas hablaba, que posaba entre sombras. Su aparente inaccesibilidad se convirtió en un arma de seducción. Incluso cuando rechazó, en 1954, el Oscar Honorífico que Hollywood quiso concederle, lo hizo sin acritud, pero con la firmeza de quien no necesitaba reconciliaciones.
Su retiro se confundió con una desaparición. En su ático neoyorquino vivió más de medio siglo, fiel a un círculo pequeño de amigos, entregada a sus paseos discretos por Manhattan, casi siempre sola, o mejor dicho, “en paz”. Murió a los ochenta y cuatro años, tras una vida de independencia y silencio elegidos.
Hoy, al evocarla, no se piensa sólo en la actriz sino en el mito: la mujer que supo retirarse a tiempo, que mantuvo el control sobre su imagen y su destino. Su belleza, melancólica y sutil, no fue la de una estrella; fue la de un secreto. Greta Garbo —la Divina— nunca desapareció. Simplemente, decidió no dejarse ver.
Hoy, al evocarla, no se piensa sólo en la actriz sino en el mito: la mujer que supo retirarse a tiempo, que mantuvo el control sobre su imagen y su destino. Su belleza, melancólica y sutil, no fue la de una estrella; fue la de un secreto. Greta Garbo —la Divina— nunca desapareció. Simplemente, decidió no dejarse ver.
A veces como es la gente, y eso como aquel que dice lo que dijo fueron en los inicios de su carrera como aquel que dice, al menos dentro del cine sonoro,... y una falsa frase ya la intentaba jubilar en todo el esplendor de su gélida belleza.
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