ROBIN WILLIAMS Y LA TRAICION DE DISNEY QUE TANTO LE IRRITO.
El 11 de agosto de 2014, el cine experimentó la pérdida de Robin Williams, uno de los actores más admirados en la industria. Contaba con 63 años y su carrera destacó por una combinación única de humor, ternura e intensidad dramática. Padre de tres hijos —Zachary, Zelda y Cody—, se esforzó por proporcionarles un legado que trascendiera más allá de la notoriedad y los galardones. Se destacó en comedias como Señora Doubtfire, emotivó a la audiencia en dramas como El club de los poetas muertos y Despertares, y fue galardonado con el Oscar por su actuación en El indomable Will Hunting. Además, dejó una huella imborrable en filmes como Jumanji, Good Morning, Vietnam, Patch Adams, Hook, El hombre bicentenario e Insomnio. Sin embargo, uno de sus papeles más memorables sigue siendo el del Genio en Aladdin (1992), un personaje que transformó la interpretación de las celebridades en el doblaje de producciones animadas.
Esta película, basada en el cuento clásico de Las mil y una noches, relataba las peripecias de un joven ladrón que descubre una lámpara mágica y libera a un espíritu capaz de otorgar tres deseos. Entre música inolvidable, magia y un toque romántico, la vitalidad del Genio se convirtió en el corazón de la narrativa y en uno de los personajes más entrañables de la compañía Disney. La selección del actor no fue accidental, ya que el estudio lo persiguió durante meses hasta conseguir su participación. Williams aceptó motivado por un deseo personal: dejar un recuerdo duradero para sus hijos. Optó por renunciar a su salario habitual, que se aproximaba al millón de dólares, y firmó por el mínimo estipulado por el Sindicato de Actores: 75. 000 dólares. Sin embargo, estableció condiciones claras: que su voz y su imagen no fueran utilizadas para campañas comerciales ni merchandising, y que la imagen del Genio no apareciera en más del 25% de los carteles y materiales promocionales.
El acuerdo se vio vulnerado pronto. Disney incumplió las condiciones, saturando la publicidad con la imagen del personaje azul y reutilizando grabaciones de su voz para anuncios y juguetes sin su autorización ni compensación. La reacción fue instantánea: Robin Williams cortó toda relación con el estudio. Así, cuando se presentó la secuela, El regreso de Jafar (1994), decidió no participar y fue sustituido por Dan Castellaneta, la voz habitual de Homer Simpson. La falta de su presencia y el impacto de la primera película llevaron a la compañía a buscar una reconciliación. Un cambio en la presidencia facilitó el acercamiento: se emitieron disculpas tanto públicas como privadas, lo que permitió su regreso en Aladdín y los 40 ladrones (1996). En esta oportunidad, recibió un millón de dólares y devolvió al Genio toda la magia que había cautivado al público.
Su actuación fue mucho más que un simple doblaje: improvisó gran parte de los diálogos, fluctuó entre diferentes registros vocales sin previo aviso, imitó a personajes icónicos y enriqueció cada línea con referencias culturales que los animadores incorporaron de manera apresurada. Este torrente de creatividad transformó al Genio en algo más que un personaje cómico secundario: representaba el alma de la historia.
Fuera del ámbito cinematográfico, Williams enfrentó sus propias contiendas. Admitió abiertamente su batalla contra la depresión y los problemas de adicción que experimentó en su vida. Además, fue un filántropo generoso, comprometido con causas que apoyaban a personas sin hogar, veteranos y niños enfermos. Una década después de su fallecimiento, esa lucha nos recuerda que, tras las risas, existían también principios innegociables y un profundo respeto por su arte.
Una lastima que Robin Williams nos dejara cuando muy posiblemente hubiera dado tardes de gloria aún al buen cinéfilo. Una gran persona que se vio sobrepasado por sus demonios internos.
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