NUESTRO HOMBRE EN MILAN (1972)

 EL CINE DE LOS AÑOS 70

NUESTRO HOMBRE EN MILAN (1972)
REPARTO: MARIO ADORF, HENRY SILVA, WOODY STRODE, ADOLFO CELI, LUCIANA PALUZZI, FRANCESCA ROMANA COLUZZI, FRANCO FABRIZZI, FEMI BENUSSI, PETER BERLING, SYLVA KOSCINA, CYRIL CUSACK, GIANNI MACCHIA
DIRECTOR: FERNANDO DI LEO
MÚSICA: ARMANDO TROVAJOLI
PRODUCTORA: DAUNIA FILM
DURACIÓN: 100 min.
PAÍS: ITALIA, ALEMANIA
Fernando Di Leo construyó La mala ordina —título original de este violento y desbordado relato— a partir de un simple error, una confusión de nombres que pronto se transforma en una espiral de muerte y venganza.

En un despacho neoyorquino, un poderoso empresario pronuncia el nombre de Luca Canali, y con ese gesto desencadena una tormenta que viajará hasta Milán para arrasar con todo. Lo que parecía un ajuste de cuentas rutinario se convierte en un descenso al caos, teñido de furia y fatalismo.


El universo de Di Leo, como ya mostrara en Milán, calibre 9, se mueve entre lo sórdido y lo sofisticado. Aquí, el contraste alcanza una intensidad casi hipnótica: los lujos del padrino Don Vito Tressoldi se enfrentan al entorno mugriento y desesperado de Canali, un chulo de barrio atrapado en un mundo de poder y corrupción. Esa convivencia entre lo cutre y lo elegante, entre el oro y la sangre, define gran parte del atractivo de la película.

El guion, aunque irregular, mantiene viva la tensión gracias a su ritmo eléctrico y a la constante sensación de amenaza. Los dos asesinos estadounidenses, fríos y profesionales, pierden protagonismo a medida que avanza el relato, pero su sombra sigue pesando sobre la acción. Canali, en cambio, crece con cada golpe del destino. Cuando la tragedia le arrebata todo, su respuesta es visceral: la de un animal acorralado que muerde, dispara y embiste con una violencia desesperada. Su furia no tiene cálculo ni estrategia, pero sí una fuerza elemental que convierte la película en una experiencia física y brutal.

Di Leo filma con nervio, con la cámara en continuo movimiento y una energía casi documental. Los planos cortos, los ángulos forzados y los zooms abruptos refuerzan la sensación de urgencia, dando al conjunto una textura sucia, de realismo callejero.

Mario Adorf se luce en el papel de Canali, componiendo un personaje tan salvaje como humano, mientras Adolfo Celi impone su presencia como el poderoso Don Vito. En cambio, el dúo estadounidense —con un Woody Strode excesivamente rígido— no alcanza la misma intensidad, restando algo de peso al conflicto transatlántico que la película sugiere.

Aun con sus altibajos, La mala ordina es un filme de género vigoroso y apasionado, un retrato crudo de la violencia como lenguaje universal. Di Leo convierte el error inicial —un nombre mal dicho, un hombre equivocado— en un torbellino de acción y rabia que resume a la perfección el espíritu del poliziottesco: cine directo, sucio y sin filtros, donde cada disparo resuena como un eco de desesperación.



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