EL CINE DE LOS AÑOS 70
LA VENGANZA DE ULZANA (1972)
REPARTO: BURT LANCASTER, BRUCE DAVISON, RICHARD JAECKEL, LLOYD BOCHNER, JORGE LUKE, JOAQUIN MARTINEZ, KARL SWENSON, DRAN HAMILTON, DOUGLASS WATSON, GLADYS HOLLAND, RICHARD BULL, NICK CRAVAT
DIRECTOR: ROBERT ALDRICH
MÚSICA: FRANK DE VOL
PRODUCTORA: UNIVERSAL PICTURES
DURACIÓN: 103 min.
PAÍS: ESTADOS UNIDOS
“Ulzana’s Raid” pertenece a esa estirpe de westerns que, más que contar una historia, diseccionan un territorio moral. Fue recibida con recelo en su estreno, acusada de racismo por quienes, paradójicamente, no supieron ver su respeto hacia la cultura apache, tratada aquí con una dignidad y profundidad poco habituales. En una época en la que el género buscaba reinventarse con títulos como Pequeño gran hombre, Soldado Azul o El hombre llamado caballo, Robert Aldrich firmó una obra áspera, terrosa y sincera: un viaje al corazón del desierto y de la condición humana.
El guion de Alan Sharp, sobrio y filosófico, se despliega sobre la fotografía de Joseph Biroc, cuyas imágenes parecen extraídas de los lienzos de Frederic Remington: cielos inmensos, rostros curtidos, y un paisaje que no es simple decorado, sino el verdadero protagonista. Ese territorio hostil, del que el general Sheridan llegó a decir que preferiría vivir en el infierno antes que en el desierto de Arizona, se convierte en metáfora de la soledad y la resistencia.
Aldrich construye una película de contrastes: religiosa y pagana, ética y violenta, contemplativa y brutal. La fuga de Ulzana y su grupo de apaches desencadena una cacería en la que participan un joven teniente idealista (Bruce Davison), un explorador desencantado (Burt Lancaster) y un rastreador indígena (Jorge Luke), cuñado del propio Ulzana. Juntos forman una tríada imposible: fe, experiencia y tradición enfrentadas, avanzando por una tierra que no perdona la ingenuidad. Ulzana’s Raid es, en el fondo, un duelo de inteligencias, una partida de ajedrez a caballo donde cada error se paga con sangre.
Su narrativa seca recuerda a Boetticher; su sentido del paisaje, a Anthony Mann; su romanticismo, a Walsh; y su visión de la camaradería, a Peckinpah. Pero el tono es inequívocamente el de Aldrich: implacable, lúcido, sin concesiones. Y en medio de todo, Burt Lancaster, con su cuerpo cansado y su mirada de hierro, encarna al último héroe de un mundo que se extingue. En su laconismo hay una sabiduría que no se aprende, sino que se gana sobreviviendo. Su McIntosh es un testamento artístico: el eco maduro de aquel saltimbanqui que se hizo actor y que, a base de interpretar la dureza y el desencanto, alcanzó la grandeza.


Buen western con un aire crepuscular que sabe muy bien aprovechar los espacios abiertos. Aldrich no se olvida de la acción ya que es una marca de la casa, incluso se permite realizar uno de los finales mas duros de su filmografía.
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