EL MEJOR ACTOR DE LA HISTORIA DEL CINE SEGÚN JOHN WAYNE.
John Wayne falleció en 1979 a la edad de 72 años, después de una prolongada lucha contra el cáncer gástrico. Su herencia se encuentra dividida entre el mito y la controversia. Para millones de personas, fue el sheriff insuperable, la figura robusta que recorría el polvoriento Oeste en filmes tales como Centauros del desierto, Río Bravo y Valor de ley, este último merecedor del Oscar al mejor actor en 1969. No obstante, para otros, se trató de un individuo problemático fuera del ámbito cinematográfico: un conservador empedernido, acusado de racismo y homofobia en entrevistas que continúan suscitando debate en la actualidad.A pesar de la controversia, Marion Morrison—su nombre real—era consciente de que su trayectoria profesional había quedado atrapada en un arquetipo específico. Quizás por ello sorprendió su reacción cuando, en 1977, apenas dos años antes de su deceso, recibió una carta del People’s Almanac solicitándole que compartiera sus cinco actores favoritos de todos los tiempos. Esta selección reveló un aspecto inesperado: Wayne admiraba a figuras que iban más allá del género western.
El primero en su lista fue Spencer Tracy, un maestro del naturalismo en la interpretación. Obtuvo dos premios Oscar consecutivos por los filmes Capitanes intrépidos (1937) y Forja de hombres (1938), además de dejar una huella imborrable en obras como La mujer del año y Furia. Wayne percibía en Tracy esa cualidad que él mismo aspiraba a emular: la habilidad de "ser" en pantalla sin que pareciera que se estaba interpretando.
Sin embargo, Tracy no estaba exento de sombras: su tumultuosa relación con Katharine Hepburn, marcada por la discreción y la lucha contra la adicción al alcohol, formaba parte de su mito personal. Practicante del catolicismo, se negó a divorciarse de su primera esposa y vivió con sus contradicciones hasta el final. El Duque—su apodo más célebre en Hollywood—, hombre también lleno de contradicciones, seguramente encontró en él una figura con la que podía identificarse.
A la par de Tracy se encuentra Katharine Hepburn, la actriz que transformó el concepto de mujer en Hollywood. Con cuatro premios Oscar, mantiene un récord inalcanzable. El vaquero de Hollywood, acostumbrado a compartir la pantalla con actrices sumisas en sus westerns, probablemente admiraba en Hepburn su capacidad para subvertir roles: mujeres inteligentes, independientes y con la fortaleza de sostener la mirada sin titubear. Películas como Morning Glory y Historias de Filadelfia la inmortalizaron, pero fue su magnetismo personal lo que cautivó a generaciones enteras.
El tercer actor mencionado fue Laurence Olivier, la figura más reconocida del teatro británico que realizó la transición al cine. Maestro de Shakespeare, logró llevar la épica de Hamlet y Ricardo III a la gran pantalla, aunque también participó en superproducciones como Espartaco (1960) y dramas como Cumbres borrascosas.
Olivier era reverenciado por su rigurosidad, aunque también era objeto de críticas por su excesiva técnica. Sus detractores lo acusaban de "actuar en exceso", transformando cada papel en una exhibición.
La inclusión de Elizabeth Taylor en la lista de Marion Morrison resultó sorprendente. Taylor fue un ícono indiscutible de Hollywood, protagonista de Cleopatra, Gigante y Un lugar en el sol. Poseía una intensidad emocional capaz de sostener una película por sí sola.
Sin embargo, su vida personal fue objeto de mayor atención que su trayectoria cinematográfica: contrajo matrimonio en ocho ocasiones, luchó contra adicciones y enfermedades, y mostró una capacidad innata para desafiar las normas sociales. Mantuvo una estrecha amistad con Michael Jackson y fue una de las primeras figuras públicas en manifestar su apoyo a la comunidad LGBTQ durante la crisis del SIDA. Wayne, quien representaba valores completamente opuestos, probablemente percibía en Taylor la personificación de un carisma inalcanzable para él: la habilidad de ser una estrella sin requerir de un revólver.
Finalmente, mencionó a Lionel Barrymore, quien era el descendiente de una de las dinastías actorales más prominentes de Estados Unidos. Conocido por su papel en Un alma libre, que le valió un Oscar en 1931, así como por su entrañable actuación en ¡Qué bello es vivir! de 1946, Barrymore fue un actor de carácter, capaz de acaparar la atención del público sin elevar la voz.
No obstante, su vida personal estuvo signada por el sufrimiento: los problemas de salud lo llevaron a necesitar una silla de ruedas durante la mayor parte de su carrera. A pesar de esto, continuó trabajando, evidenciando que la profesión actoral trascendía lo físico. Al examinar la lista, resulta sorprendente la falta de nombres asociados al género del western. No hay vaqueros ni forajidos: únicamente titanes del cine clásico.
Antes de leer el post, ya me imagine quien era, nunca coincidieron en un reparto y eso que ambos hicieron westerns.
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