¿QUE PELICULAS SERÍAN HOY DÍA CENSURADAS POR LA LLAMADA CORRECCION POLITICA?

 ¿QUE PELICULAS SERÍAN HOY DÍA CENSURADAS POR LA LLAMADA CORRECCION POLITICA?


Resulta revelador —y quizá inquietante— comprobar cómo, en pleno auge de tecnologías capaces de resucitar fotogramas con un esplendor impensable décadas atrás, la sensibilidad moral con la que se juzga ese mismo legado se ha endurecido hasta extremos casi puritanos. Las plataformas restauran los colores, pero desdibujan el contexto; recuperan el celuloide, pero amputan su complejidad. En nombre de una supuesta protección del espectador contemporáneo, buena parte del cine que configuró el imaginario del siglo XX quedaría hoy sepultado antes incluso del primer día de rodaje.

Basta pensar en Lo que el viento se llevó, obra monumental que en los últimos años ha sufrido retiradas temporales, advertencias y relecturas obligatorias guiadas por la sospecha más que por la reflexión. No falta quien la acusa de dulcificar la esclavitud, olvidando que su propio impacto abrió una puerta histórica: Hattie McDaniel, gracias a Mammy, quebró un muro que durante décadas había sido infranqueable para los intérpretes afroamericanos. Un estudio actual, dominado por el temor a la polémica y a las redes sociales, jamás impulsaría una obra así; no soportaría cargar con personajes que poseen esclavos, aunque ello impidiera alumbrar uno de los mayores logros narrativos del cine.

Un fenómeno similar se observa en el wéstern, género fundacional que hoy sería irreconocible tras el filtro moral del presente. Centauros del desierto, considerada por muchos la cima de la cinematografía estadounidense, se sostiene sobre un protagonista devastado por un odio feroz. Ford jamás celebró el racismo de Ethan Edwards; lo utilizó como eje trágico. Sin embargo, ese tipo de complejidad sería hoy recortado por quienes exigen héroes sin sombras y principios irreprochables, sustituyendo el drama humano por un didactismo plano y sin riesgo.

Incluso el romance clásico ha caído víctima de este revisionismo. El torbellino pasional de El hombre tranquilo, con sus códigos irlandeses y su choque de temperamentos, sería hoy reducido a un expediente sobre toxicidad. La célebre secuencia en que John Wayne arrastra a Maureen O’Hara se ha convertido en un juicio simplificado que ignora la dignidad desafiante de Mary Kate Danaher, un personaje que defiende su identidad con una fuerza impropia de la caricatura en la que algunos pretenden encerrarla.

Y si nos desplazamos hacia la comedia musical, la paradoja se mantiene. Siete novias para siete hermanos, un espectáculo de vitalidad y contagiosa energía, quedaría cancelada antes incluso de afinar la primera nota. Su premisa, inspirada en un mito clásico, sería interpretada literalmente, como si el género musical hubiese nacido para dictar leyes morales en lugar de para iluminar escenarios.

En el cine negro, la brecha entre pasado y presente se vuelve abismal. La figura del detective endurecido por la vida —Bogart, Mitchum—, capaz de sobrevivir entre cinismo, cigarrillos y sombras, ha sido desactivada por modelos de masculinidad que exigen vulnerabilidades explícitas, justificadas y pedagógicas. Los héroes de antaño no eran ejemplos éticos, sino criaturas marcadas por sus contradicciones. Privar al público actual de esos arquetipos es negar la riqueza dramática de un género que vivía de aquello que hoy se pretende suprimir.

En el fondo, el problema trasciende lo cinematográfico. Este impulso por “higienizar” el pasado revela una desconfianza profunda hacia el espectador, tratado como un ser incapaz de distinguir ficción de realidad, metáfora de literalidad. Se olvida que el arte nace precisamente de su libertad para incomodar, ironizar o contradecir los dogmas del presente. Al censurar simbólicamente lo que fuimos, se nos roba la posibilidad de entender cómo hemos llegado a ser lo que somos.

El resultado es un cine moderno impecable en superficie y prudente hasta la insipidez, diseñado para evitar cualquier escándalo efímero en redes sociales. Pero la pregunta que se impone es inevitable: ¿Quién recordará estas obras dentro de cincuenta años? ¿Dónde quedará su huella cuando comparemos su impacto con la reverberación intacta de una Escarlata O’Hara alzando el rostro, jurando que nunca más volverá a pasar hambre?

Tal vez la respuesta, dolorosamente elocuente, sea el silencio. Un silencio nacido no de la reverencia, sino del miedo a asumir que la memoria cultural no puede sobrevivir bajo la férula asfixiante de lo políticamente correcto.



Comentarios

  1. El mundo esta en manos de unos políticos progresistas y de ideología woke que son unos auténticos enfermos mentales, quieren ver donde no hay nada, solo para tapar sus propias vergüenzas como personas y como políticos.

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