PETER CUSHING Y EL BARON VICTOR FRANKENSTEIN.

 PETER CUSHING Y EL BARON VICTOR FRANKENSTEIN.


Resulta curioso que un actor tan afable como Peter Cushing quedara irrevocablemente ligado al rostro del Barón Victor Frankenstein. Él mismo solía bromear —con esa mezcla de elegancia británica y perplejidad sincera— que jamás había lastimado «ni a una mosca», pese a que el público parecía verle como un arquitecto de horrores. Y, sin embargo, esa contradicción terminó definiendo una de las carreras más influyentes del cine de terror europeo.

Mucho antes de que Cushing se enfundara la bata del científico obsesionado, ya existía un legado literario formidable: la novela de Mary Shelley, publicada en 1818, que narraba el desafío prometeico de un joven aristócrata suizo capaz de infundir vida a una criatura formada con restos humanos. Ese mito, tan fértil y simbólico, acabaría convirtiéndose en una materia prima privilegiada para una compañía que aún estaba buscando su identidad: Hammer Film Productions.

Fundada en 1934 por Will Hinds y, poco después, reforzada por la asociación con Enrique Carreras, la productora demoró dos décadas en encontrar su sello distintivo. Fueron sus hijos quienes entendieron el potencial del terror gótico, construyendo un modelo industrial tan pragmático como eficaz: rodajes ágiles, presupuestos modestos —jamás más de 200.000 libras— y una apuesta estética contundente. Frente al clasicismo en blanco y negro de la Universal, la Hammer explotó el Technicolor con orgullo, mostrando una sangre «más roja que el rojo» y envolviendo cada relato en una iconografía exuberante. Violenta, sensual, atrevida. Moderna.

En ese ecosistema creativo irrumpieron dos intérpretes llamados a marcar época: Christopher Lee, casi siempre encargado de encarnar al monstruo o al villano; y Peter Cushing, su contrapunto perfecto, sofisticado, nervioso, incisivo. Juntos definieron la personalidad de la compañía en títulos dedicados a Drácula, la Momia, el Hombre Lobo o Sherlock Holmes. Pero fue La maldición de Frankenstein (1957) —con Cushing al mando del laboratorio— la que fijó el rumbo definitivo. Un éxito abrasador que convirtió al barón en emblema y, al actor, en heredero directo del mito.

A partir de ahí, su interpretación evolucionó a través de seis películas, desde La venganza de Frankenstein hasta Frankenstein y el monstruo del infierno, modelando un personaje cada vez más sombrío, ambiguo y obsesionado por sus criaturas. Cushing alternó ese papel con otros igualmente icónicos —el Dr. Van Helsing, Sherlock Holmes, el mismísimo Moff Tarkin—, pero siempre regresaba al personaje de Shelley con una mezcla de orgullo y resignación. Él mismo lo admitía con humor británico: «¿Quién querría verme como Hamlet? Pocos. Pero millones quieren verme como Frankenstein».

Hoy, pese a las innumerables versiones cinematográficas del mito —más de dos centenares— y a los intentos de cineastas contemporáneos por reinterpretarlo, el imaginario popular sigue depositando un nombre en el centro del laboratorio: Peter Cushing. Un hombre tranquilo, de modales impecables, que terminó encarnando para siempre al científico más perturbador del cine. Un paradójico destino que, lejos de horrorizarle, acabó convirtiéndose en su legado más brillante.



Comentarios

  1. Energía, distinción y un saber estar único es lo que aportaba el gran Peter Cushing a sus films de terror con la Hammer. Un actor único e irrepetible.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario