MARC SINGER, DOMADOR DE FIERAS Y VICTIMA DEL TIEMPO.
Resulta paradójico que un actor cuya carrera quedaría marcada por su afinidad ficticia con las criaturas salvajes experimentara su primer día de rodaje huyendo de una de ellas. Antes incluso de pronunciar una sola frase ante la cámara, Marc Singer se vio rodeado por un equipo en estampida: un oso pardo de dimensiones colosales había derribado a su entrenador y avanzaba desbocado por el set. Cuando por fin lograron reducirlo, el director no dudó. Se acercó a Singer, aún aturdido, y sentenció con naturalidad implacable: “Hora de grabar”. El partenaire de escena, por supuesto, era el propio oso.
Si la vida de Singer hubiese sido escrita por un guionista travieso, no lo habría hecho mejor. Su estreno en el cine había sido la adaptación de La fierecilla domada y el papel que lo consagró en la cultura popular fue El señor de las bestias, donde encarnaba a un héroe capaz de comunicarse con los animales. Aquel primer encuentro entre actor y oso parecía confirmar que hasta los imprevistos de su vida estaban condenados a obedecer una lógica literaria.
El esplendor le llegaría pronto, y, como a tantos intérpretes de su generación, también se le escaparía con la misma rapidez. Durante los años ochenta su nombre se convirtió en un rostro recurrente en la televisión estadounidense: participó en Dallas y formó parte de V, la serie que sembró en millones de espectadores la divertida sospecha de que cualquier vecino anodino podía ser, en realidad, un reptiliano bajo la piel. El señor de las bestias derivó en tres películas y acabó por definir para siempre su imagen pública. Pero la fiera del tiempo —la única que no admite doma posible— terminó imponiéndose.
Singer no se ha retirado, aunque su presencia en la industria se ha ido diluyendo. Y su caso no es único: actores que fueron icónicos en la televisión previa a los 2000, o que encabezaron sagas de culto discutible, suelen enfrentarse a una deriva similar. Peter Krause, otrora protagonista de Dos metros bajo tierra, es solo otro ejemplo de una misma maldición silenciosa. El ocaso, a veces, se comparte.
En los últimos años, Singer ha encadenado proyectos tan irregulares como peculiares. Su título más reciente, Agent Recon, lo reunió con Chuck Norris, quien retomaba un papel protagonista en cine tras doce años de ausencia. El entusiasmo de los seguidores del actor de Oklahoma —famosos por convertirlo en divinidad de meme— no pudo ocultar un veredicto duro: muchos la consideran su peor película. Y, por fervor chucknorrista que uno sea, conviene admitir que la filmografía de Norris está lejos de evocar la de un DiCaprio.
Antes de esa incursión, Singer había coincidido en 2024 con otro legendario de récords extravagantes: Eric Roberts, el actor con más apariciones en la historia de Hollywood, más de setecientas, tantas que cuesta recordar un solo título verdaderamente memorable más allá de contadas excepciones como Babylon.
En este paisaje, Marc Singer permanece como un símbolo de un Hollywood paralelo, ese territorio donde conviven héroes de videoclub, series que marcaron generación y carreras que, pese a su irregularidad, siguen resonando con una mezcla de cariño y nostalgia. Domó bestias, sí; al tiempo no. Pero pocos actores pueden decir que un oso pardo fue su primera escena de bienvenida. Y eso, en el libro secreto del cine, ya es una leyenda.

El señor de las bestias una de esas maravillosas series B de espada y brujería; y que decir de V, una de las series de culto de la televisión. Un actor que se merecía mejor suerte, pero recordado eternamente.
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