EL LARGOMETRAJE QUE QUENTIN TARANTINO CONSIDERA UN PLAGIO.
A Quentin Tarantino jamás le ha gustado la tibieza. A sus 61 años, conserva intacta la energía con la que lleva décadas interviniendo en el debate cinematográfico, ya sea para alabar una película o para cuestionar sin miramientos aquello que considera una falta de reconocimiento. Su reciente paso por un podcast —donde está revelando su lista personal de las mejores películas del siglo XXI— ha vuelto a ponerlo en el centro de la conversación.
Entre sus elecciones más llamativas, Tarantino situó Black Hawk derribado como la obra cumbre del nuevo siglo, dejando en segundo plano títulos tan celebrados como Toy Story 3 o Lost in Translation. En una lista que mezcla lo solemne con lo inesperado, también otorga un lugar privilegiado a Jackass: La película, en el puesto trece, recordando entre risas que hacía años que no disfrutaba de una catarsis semejante en una sala de cine. Por su parte, West Side Story de Steven Spielberg ocupa el número veinte, una posición que él justifica con la convicción de que el cineasta revitalizó su lenguaje con una frescura que —según afirma— ni siquiera Martin Scorsese ha alcanzado en este siglo.
Sin embargo, ninguna de estas elecciones ha generado tanta repercusión como su renovada defensa de Battle Royale. El director estadounidense no solo la considera una de las cumbres del cine japonés reciente, sino que reabre una polémica que lleva años rondando su discurso: la evidente semejanza que, a su juicio, existe entre el filme de Kinji Fukasaku y Los Juegos del Hambre. «No entiendo cómo la escritora japonesa no demandó a Suzanne Collins por todo lo que tiene», sentenció con absoluta firmeza.
Tarantino insiste en que la novela de Collins fue recibida como si partiera de una idea original, en parte —dice— porque muchos críticos literarios desconocían o ignoraron la cinta japonesa. El contraste llegó cuando los especialistas en cine señalaron de inmediato los paralelismos: adolescentes obligados a matarse en un entorno cerrado, una autoridad represiva regulando el espectáculo y un público como testigo. Para él, la saga protagonizada por Jennifer Lawrence no hace sino suavizar el tono satírico y la violencia explícita que Fukasaku llevó al límite en el año 2000.
El vínculo que Tarantino mantiene con Battle Royale es, además, personal. Durante la preproducción de Kill Bill, el propio Fukasaku lo invitó a un pase privado. Aquella mezcla feroz de crítica social, violencia estilizada y dinamismo visual lo dejó conmocionado. Poco después, ya en el Festival de Seattle, volvió a verla en una proyección de medianoche convencido de que pocos espectadores estaban preparados para semejante impacto.
Así, entre provocaciones, análisis y recordatorios de las películas que lo marcaron, Tarantino vuelve a demostrar que su voz —incómoda para unos, refrescante para otros— sigue siendo una de las más intensas y apasionadas del cine contemporáneo.

Cuando el diablo no tiene nada que hacer....
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