EL DIRECTOR QUE ES SUPERIOR A STEVEN SPIELBERG, SEGÚN EL MISMO.
Hay una escena invisible en la historia del cine que nunca se rodó, pero que podría resumir toda una devoción: Steven Spielberg observando en silencio la filmografía de William Wyler. En esa mirada imaginaria se condensa algo más que admiración; se adivina la conciencia de un límite. Porque incluso el cineasta más taquillero de todos los tiempos —ese que moldeó los sueños y miedos de generaciones con E.T., Tiburón, Jurassic Park, Indiana Jones, Salvar al soldado Ryan o La lista de Schindler— reconoce tener un techo. Y ese techo tiene nombre y apellido.«Nunca seré tan buen director como William Wyler, pero ser ecléctico como él lo era; eso siempre fue algo que quise», confesó Spielberg alguna vez, con la humildad que solo acompaña a los gigantes. Su fascinación no es por los récords ni por la grandilocuencia, sino por la versatilidad. Wyler, nacido en Mulhouse y luego nacionalizado estadounidense, fue el auténtico director total del Hollywood clásico: capaz de saltar del drama íntimo a la epopeya monumental sin perder un ápice de precisión.
Doce nominaciones al Oscar y tres estatuillas —por La señora Miniver, Los mejores años de nuestra vida y Ben-Hur— son solo la evidencia numérica de una carrera que no conoció las repeticiones. Bajo su dirección pasaron Gary Cooper, Bette Davis, Audrey Hepburn, Charlton Heston o Olivia de Havilland: intérpretes que, en sus manos, dejaron de ser simples estrellas para convertirse en mitos. Su cine no solo contaba historias, las convertía en herencia cultural.
Spielberg, nacido en Cincinnati y convertido en la piedra angular del cine moderno, ha perseguido esa cualidad durante toda su carrera: la capacidad de no filmar nunca la misma película dos veces. No es casualidad que en 1993 alternara el rugido digital de Parque Jurásico con el blanco y negro desgarrador de La lista de Schindler, ni que décadas después pudiera saltar de la nostalgia tecnológica de Ready Player One al rigor político de Los archivos del Pentágono. Esa elasticidad formal —esa voluntad de moverse entre el espectáculo y la intimidad— es su homenaje consciente al maestro.
Wyler, decía Spielberg, “nunca salió del mismo agujero dos veces”. Esa frase podría funcionar como credo personal: no imponer un estilo, sino dejar que cada historia imponga el suyo. Mientras muchos directores se definen por un sello visual inconfundible, Wyler se definía por lo contrario: la imposibilidad de atraparlo.
Quizá por eso, cuando Spielberg asegura que jamás podrá superarlo, no habla desde la modestia sino desde la lucidez. Sabe que el verdadero genio no está en repetir lo brillante, sino en reinventarlo. Wyler fue, en esencia, muchos directores dentro de uno solo; Spielberg, su discípulo más consciente. Y ahí reside el gesto más sincero de reverencia: reconocer que incluso el rey Midas del cine tuvo, y seguirá teniendo, un maestro.

Otro que no tiene padrinos, William Wyler si Steven es superior a ti, como lo son también por ejemplo John Ford, Alfred Hitchcock, Raoul Walsh, Michael Curtiz, Delmer Daves, Anthony Mann,... y tantos y tantos otros.
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