SPRINGSTEEN: DELIVER ME FROM NOWHERE (2025)

 EL OJO CRITICO

SPRINGSTEEN: DELIVER ME FROM NOWHERE (2025)
REPARTO: JEREMY ALLEN WHITE, JEREMY STRONG, ODESSA YOUNG, STEPHEN GRAHAM, PAUL WALTER HAUSER, GABY HOFFMANN, MARC MARON, JOHNNY CANNIZZARO, DAVID KRUMHOLTZ, GRACE GUMMER, HARRISON GILBERTSON
DIRECTOR: SCOTT COOPER
MÚSICA: JEREMIAH FRAITES
PRODUCTORA: 20TH CENTURY FOX
DURACIÓN: 120 min.
PAÍS: ESTADOS UNIDOS
Durante años, Nebraska fue para mí una anomalía dentro de la discografía de Bruce Springsteen: un disco áspero, casi incómodo, que parecía vivir al margen del rugido de los estadios. La película de Cooper no solo dialoga con esa sensación, sino que la convierte en su verdadero centro emocional. No estamos ante el retrato de una estrella en ascenso, sino ante el de un hombre atrapado en una promesa de éxito que le pesa como una losa.


Springsteen aparece aquí cercado por las expectativas: la industria reclama himnos, giras, promoción constante, mientras él siente que su vida interior se desmorona. Hay vértigo en esa cima que todos celebran menos él. Incapaz de reconocerse en el papel que le asignan, retrocede. Vuelve a la clase obrera, a los márgenes, a las historias de perdedores silenciosos. Y también a una herida más íntima: la relación con un padre marcado por la enfermedad mental, la violencia y el alcohol, una figura que mezcla miedo, rechazo y una culpa difícil de digerir.

Ese repliegue no es solo estético —del rock al folk—, sino vital. El proceso de creación de Nebraska se convierte en un intento de salvación personal, casi en un acto terapéutico. Grabado en soledad, con medios mínimos, en una cinta de cuatro pistas, el disco respira una honestidad que la película reproduce con una puesta en escena dominada por los blancos y negros, por una atmósfera ochentera desnuda, sin artificio.

Cooper elige un biopic poco convencional: no hay grandes conciertos ni celebraciones épicas. Todo gira en torno a ese momento frágil, a esa decisión radical de publicar un álbum sin rostro, sin gira, sin entrevistas. No es una estrategia, es una necesidad: saldar una deuda consigo mismo.

Jeremy Allen White compone un Springsteen contenido y vulnerable, sostenido en silencios y miradas perdidas, capaz de transmitir confusión sin perder magnetismo. A su lado, Jeremy Strong aporta una dimensión esencial como manager y amigo, defendiendo las “excentricidades” creativas de Bruce desde la lealtad y no desde el negocio. Odessa Young completa el retrato con un personaje que humaniza al músico y evidencia su incapacidad emocional para comprometerse en ese momento.

El resultado es una película íntima, deliberadamente alejada del gran público que busca éxitos reconocibles. Un retrato sereno y honesto de un cruce de caminos: cuando la carrera importa menos que la supervivencia personal, y el silencio dice más que cualquier estribillo coreado por miles de personas.



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