LA RAZON POR LA QUE STEVEN SPIELBERG NO QUIERE TRABAJAR CON BEN AFFLECK.
2005 no era un buen año para casi nadie en esta historia. Ben Affleck arrastraba todavía el eco del fracaso de Una chica de Jersey, una película cuya caída había sido tan estrepitosa que seguía condicionando cualquier conversación sobre su nombre en Hollywood. Steven Spielberg, por su parte, tampoco atravesaba su momento más cómodo: la promoción de La guerra de los mundos había quedado contaminada por el circo mediático alrededor de Tom Cruise, y el director veía cómo el foco se desplazaba justo a donde menos le interesaba.
En medio de ese clima enrarecido apareció Mike Binder, cómico, guionista y cineasta, decidido a levantar una película pequeña y personal sobre un cazatalentos atrapado en plena crisis vital. Para el papel protagonista tenía claro a quién quería: Affleck. Binder no tardó en convencerlo tras enseñarle Más allá del odio, y con su actor ya a bordo, solo quedaba cerrar el acuerdo con el estudio que respaldaba el proyecto. Ese estudio era DreamWorks, la casa fundada por el propio Spielberg.
La reunión arrancó con buenas sensaciones. Todo parecía encajar hasta que Binder pronunció el nombre del protagonista. Dos palabras bastaron para congelar la sala. El silencio fue incómodo, casi físico. Spielberg reaccionó de inmediato, proponiendo una lista de alternativas para evitar a toda costa trabajar con Affleck. La negativa no tenía que ver con presupuestos ni con números de taquilla. El problema era otro, mucho más antiguo y, sobre todo, personal.
Años antes, a finales de los noventa, Affleck había mantenido una relación con Gwyneth Paltrow, ahijada de Spielberg. Ambos vivían entonces un momento dorado: él acababa de ganar el Oscar por el guion de El indomable Will Hunting y ella se había llevado la estatuilla por Shakespeare in Love. Durante unas vacaciones de verano en España, compartieron días con sus respectivas familias, incluidos Spielberg y los suyos. Fue allí donde se produjo el episodio que acabaría pasando factura años después.
Uno de los hijos del director empujó por sorpresa a Affleck a una piscina mientras aún iba vestido. El actor, molesto, respondió lanzando también al niño al agua. El pequeño terminó llorando y la escena quedó grabada en la memoria de Spielberg. Cuando Binder, incrédulo, preguntó qué tenía que ver aquello con el casting de una película en 2005, la respuesta fue tan simple como definitiva: “Simplemente no me gusta trabajar con él”.
Binder decidió entonces prescindir de Affleck, pero el actor no tardó en atar cabos. Lo llamó directamente y fue al grano: “¿Te dijo Steven Spielberg que tiré a su hijo al agua? Por eso no estoy en la película”. Afectado por la situación, el director intentó una segunda negociación. Insistió, apretó, y finalmente Spielberg cedió… a medias.
Un año después, Diario de un ejecutivo agresivo llegó a los cines con Affleck como protagonista, pero sin rastro de DreamWorks ni del nombre de Spielberg en los créditos. La película pasó sin demasiado ruido, ni de crítica ni de público, pero dejó tras de sí una de esas historias que explican mejor que ninguna otra cómo, en Hollywood, los proyectos no siempre se deciden por talento, dinero o estrategia. A veces basta un chapuzón mal encajado para cambiarlo todo.
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