EL DRAMA QUE SUFRIO CARY GRANT EN SUS PROPIAS CARNES CUANDO ERA YA TODA UNA ESTRELLA DE CINE.

 EL DRAMA QUE SUFRIO CARY GRANT EN SUS PROPIAS CARNES CUANDO ERA YA TODA UNA ESTRELLA DE CINE.


Durante décadas, Cary Grant fue la definición misma del glamour. No solo el hombre mejor vestido del cine clásico, sino también el gran arquitecto de una comedia elegante, afilada y sofisticada, donde el ingenio era un arma y la seducción, un juego de inteligencia. Fue una estrella en el sentido antiguo del término: distante, poderosa, casi irreal, admirada por el público y venerada por la industria. Sin embargo, bajo esa superficie perfecta, habitaba un hombre frágil, marcado por un vacío que jamás logró cerrar.

El mito comenzó a construirse mucho antes de Hollywood. Archibald Alexander Leach nació en Bristol en 1904, en una casa donde la ternura escaseaba. Su padre, alcohólico y severo, trabajaba en una fábrica; su madre, costurera, vivía atrapada en depresiones profundas tras la muerte de un hijo mayor. Cuando Archy tenía nueve años, regresó un día del colegio y le dijeron que su madre se había ido de vacaciones. Poco después, le comunicaron que había muerto. La verdad era mucho más cruel: su padre la había internado en un sanatorio psiquiátrico y decidió ocultárselo.

Ese engaño marcó su vida. Creció entre pensiones y familiares, prácticamente solo, hasta que a los catorce años fue expulsado del colegio y se unió a una compañía ambulante como acróbata. El escenario se convirtió en refugio. En 1920 cruzó el Atlántico rumbo a Estados Unidos y durante toda la década se curtió en el vodevil y los espectáculos de variedades, afinando un carisma que no tardaría en llamar la atención.

Hollywood solo tuvo que ponerle nombre. En 1931, Paramount le ofreció un contrato de cuatro años con una condición: Archibald Leach debía desaparecer. Así nació Cary Grant. Un año después destacó junto a Marlene Dietrich en La venus rubia y en 1933, con No soy ningún ángel junto a Mae West, quedó claro que no era un galán más. En menos de diez años ya trabajaba con las grandes actrices del momento y cobraba cifras astronómicas mientras encadenaba éxitos.

Pero el pasado regresó. En 1934, al gestionar unos documentos fiscales, descubrió que no existía certificado de defunción de su madre. La búsqueda lo llevó de vuelta a Bristol, donde halló a su padre moribundo y a su madre viva, internada desde hacía más de veinte años, apenas capaz de reconocerle. Aquella herida nunca cicatrizó. Grant la sacó del sanatorio y cuidó de ella hasta su muerte, viajando con frecuencia para estar a su lado.

Ese trauma se reflejó en su vida sentimental. Cinco matrimonios, relaciones tormentosas, miedo constante al abandono y una inseguridad profunda que contrastaba con su imagen pública. Incluso acudió a sesiones de LSD terapéutico en los años cincuenta, buscando respuestas que no encontraba. “Cary Grant es el personaje que inventé para ocultar a Archie Leach”, diría. Y también: “Todo el mundo quiere ser Cary Grant. Incluso yo”.

Durante los años cuarenta, cincuenta y sesenta firmó algunas de las grandes obras maestras del cine clásico. Películas donde, curiosamente, sus personajes siempre ocultaban algo: una doble identidad, un secreto, una fisura. Como él mismo. Porque el gran drama de Cary Grant fue ese: que el hombre real nunca logró alcanzar al mito que había creado. Que Archie Leach, silencioso y herido, jamás dejó del todo en paz a la estrella más elegante del cine.



Comentarios

  1. La verdad es que siempre conocemos lo superficial de las grandes estrellas, pero por dentro son personas como cualquier otra, que viven sus propios dramas.

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