EL ACTOR QUE QUERÍA EL PAPEL DE ROBERT REDFORD EN "MEMORIAS DE AFRICA".
Cuando Sydney Pollack leyó por primera vez la historia que acabaría convirtiéndose en Memorias de África, no pensó en una superproducción romántica ni en premios. Pensó en un paisaje desconocido, en una África distinta a la del cine clásico, y en una mujer que miraba el mundo con una mezcla de determinación y fragilidad poco habitual en los relatos de época. Aquella intuición fue suficiente para aceptar la dirección de una película que, con el tiempo, se convertiría en uno de los grandes títulos del cine romántico del siglo XX.
En el centro de la historia se encuentra Karen Blixen, la escritora danesa que narró sus años en África Oriental como una experiencia vital, sentimental y casi mítica. La adaptación cinematográfica transforma esas memorias en el retrato de una joven acomodada que, empujada por las convenciones sociales y el miedo a quedarse al margen, decide casarse con su primo, el barón Bror Blixen. El acuerdo es práctico y frío: él accederá a su fortuna para emprender negocios coloniales; ella obtendrá un título y un lugar en el mundo. Meryl Streep encarna a esa mujer con una elegancia contenida, en uno de los momentos más sólidos de su carrera.
Pero la película encuentra su verdadero pulso emocional en la aparición de Denys Finch Hatton, el cazador solitario que irrumpe en la vida de Karen como una presencia esquiva, casi irreal. Para dar forma a ese personaje, Pollack necesitaba algo más que un actor: buscaba una figura capaz de sostener la pantalla frente a Streep, que por entonces ya había demostrado ser una intérprete excepcional. Aunque hubo otros nombres sobre la mesa y no faltaron discusiones sobre edad, nacionalidad o acento, el director tuvo claro desde el principio que Robert Redford era la elección adecuada.
Redford comprendió el atractivo del papel desde el primer momento. No se trataba solo de una historia de amor, sino de un personaje construido desde la ausencia, el misterio y la idealización. Finch Hatton no estaba plenamente definido ni siquiera en los textos originales, y esa ambigüedad ofrecía al actor un amplio territorio interpretativo. Su principal desafío fue el acento, trabajado con rigor, aunque finalmente se optó por suavizarlo en favor de algo más esencial: la fuerza de su presencia y la química con Streep.
Pollack siempre defendió esa decisión. Para él, lo verdaderamente importante no era la precisión fonética, sino la electricidad que Redford aportaba a cada escena, la manera en que su sola aparición alteraba el equilibrio emocional del relato. Memorias de África se construyó así, desde una suma de intuiciones más que desde la fidelidad literal, convirtiendo unas memorias personales en un gran fresco romántico donde el paisaje, el amor y la pérdida se funden en una misma evocación.
Más que una adaptación, la película es una recreación emocional: la de un tiempo, un lugar y una historia que el cine transformó en mito.

Cuando tienes una imagen fijada a un personaje que lo has visto en una determinada pelicula muchas y muchas veces, es muy difícil por no decir imposible asociar la imagen de otro actor a ese personaje, y ya puede ser un gran actor como es él caso, que en nuestra memoria siempre permanecerá el actor que lo hizo popular, en este caso Redford.
ResponderEliminar