RANDOLPH SCOTT, EL OTRO REY DEL WESTERN.

 RANDOLPH SCOTT, EL OTRO REY DEL WESTERN.


La figura de Randolph Scott se alza hoy como una de las más paradójicas del wéstern clásico: protagonista de cuarenta títulos del género, dueño de media docena de obras sobresalientes y partícipe de un par de auténticas cumbres, y aun así, relegado con frecuencia a la sombra del gigante que fue John Wayne. Esa coincidencia histórica —tan común en todas las artes— definió su destino: habría sido quizá el gran actor del oeste si no hubiera compartido época con el más icónico de todos.

Antes de convertirse en uno de los rostros esenciales del cowboy noble y lacónico, Scott había llevado una vida acomodada en Carolina del Norte, educado en un entorno próspero que le condujo por la escuela militar, la universidad y el servicio en la Primera Guerra Mundial. Su desembarco en Hollywood, en la década de los años veinte, estuvo marcado por una sucesión de papeles secundarios en melodramas y aventuras, que más tarde, en los treinta, derivarían hacia una presencia constante en las películas del Oeste.

El género, en pleno proceso de consolidación, terminaba de construir la épica nacional estadounidense. Aquellos relatos, que funcionaron como un equivalente moderno del antiguo arte juglaresco, ofrecían una mitología fundacional del país, a veces ingenua, a menudo propagandística, pero crucial para el desarrollo de la industria. Su edad dorada, entre los años cuarenta y cincuenta, alcanzó niveles de grandeza hoy incontestables, elevados por cineastas como John Ford, Howard Hawks, Henry Hathaway o Preston Sturges, y encarnados sobre todo en la figura imponente de John Wayne.

Frente a ese arquetipo dominante, Randolph Scott encontraría un terreno propio, menos agresivo que Wayne, más luminoso que otros héroes sombríos de su tiempo, pero igualmente firme y sin concesiones. Cineastas como John Sturges, Charles Vidor o André De Toth contaron con él para títulos como Mares de arena, Los desesperados, Lucha a muerte o Carson City. Sin embargo, su expresión más pura llegó en la segunda mitad de los cincuenta, cuando se unió a Budd Boetticher y al guionista Burt Kennedy en casi una docena de wésterns —Buchanan cabalga de nuevo, Nacida en el oeste, Cabalgar en solitario, Estación Comanche— donde adoptó una figura más solitaria, moralmente ambigua y de una eficacia interpretativa admirable.

A pesar de que el wéstern iniciaba su declive al entrar en los años sesenta, justo cuando el spaghetti wéstern comenzaba a transformar las reglas del juego, Scott todavía reservaba una despedida memorable. Junto a Joel McCrea, otro veterano del género, protagonizó en 1962 Duelo en alta sierra, dirigida por Sam Peckinpah. Aquel relato crepuscular sobre dos pistoleros envejecidos que aceptan un último encargo es, para muchos, la obra maestra de su carrera: un personaje final perfecto para un actor que se retiraba tras más de sesenta filmes y que, a sus sesenta y cuatro años, cedía paso a una nueva era del Oeste en la gran pantalla.

Durante su vida privada, marcada por una sorprendente discreción, se casó en dos ocasiones y no tuvo hijos. Sus éxitos económicos llegaron por la vía de las inversiones, y no tanto por el fulgor social de Hollywood, que él evitó con naturalidad. Fue también objeto de rumores persistentes desde que Modern Screen publicara en 1937 fotografías domésticas suyas junto a Cary Grant, con quien compartió vivienda durante largos periodos entre 1932 y 1940. Aquellas imágenes —tenis, lecturas al aire libre, tardes de cocina y chapuzones en la piscina— suscitaron interpretaciones que chocaban con la rígida masculinidad promovida por los estudios. No se ha conservado prueba alguna de una relación sentimental, pero el rumor sobrevivió durante décadas.

Hoy, al repasar la historia del wéstern, puede afirmarse que la mitología del género —ese vasto relato fundacional de Estados Unidos, su “odisea” cinematográfica— se sostiene sobre nombres legendarios en la dirección y la interpretación. John Ford y Howard Hawks en el primer campo, John Wayne en el segundo. Y, recorriendo silenciosamente el mismo territorio, firme a caballo y con esa rectitud inquebrantable que definía a sus personajes, aparece Randolph Scott. El vaquero elegante, viril, eficaz y noble que lo tuvo todo para ser el más grande… salvo la fortuna de haber nacido a la sombra de Wayne.



Comentarios

  1. Un grande del genero y mejor actor de lo que no se quiere reconocer; se supo retirar con su interpretación cumbre, Duelo en la alta sierra.

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