EL CINE DE LOS AÑOS 70
NOCHE SIN FIN (1972)
REPARTO: HAYLEY MILLS, HYWEL BENNETT, BRITT EKLAND, GEORGE SANDERS, LOIS MAXWELL, WALTER GOTELL, PETER BOWLES, LEO GENN, MISCHA DE LA MOTTE, ANN WAY, PER OSCARSSON, AUBREY RICHARDS, HELEN HORTON, MADGE RYAN, DAVID HEALY
DIRECTOR: SIDNEY GILLIAT
MÚSICA: BERNARD HERRMANN
PRODUCTORA: EMI FILM
DURACIÓN: 94 min.
PAÍS: REINO UNIDO
“Nunca olvidaré Gipsy’s Acre como lo vi la primera vez…” Con esa frase comienza el recuerdo de Michael, un hombre que narra su pasado con la serenidad engañosa de quien se sabe perdido. Habla despacio, con ese tono melancólico de quien intenta dar sentido a los errores cometidos, y a medida que su voz se adentra en la historia, comprendemos que su vida, antaño regida por los sueños, acabó siendo devorada por ellos. Michael era un soñador empedernido, alguien que fabricaba mundos a su medida, tan perfectos como falsos. Vivía en la ilusión de una existencia sin límites, sin la aspereza de la realidad ni los frenos de la moral. En su mente, todo era belleza y ternura; en su vida, ruina y frustración. Su pobreza no solo le impedía alcanzar sus quimeras, sino que terminó empujándolo a confundir la fantasía con la mentira.
Esa mezcla de deseo, ambición y autoengaño marca el eje central de Noche sin fin (Endless Night), una de las más singulares adaptaciones del universo de Agatha Christie. Más que un simple misterio, la película dirigida por Sidney Gilliat es una experiencia envolvente, un relato donde el romanticismo y el crimen se funden en un clima de ensoñación inquietante. Lo importante no es tanto descubrir “quién lo hizo”, sino dejarse atrapar por la atmósfera: ese tono onírico y elegante que sitúa la historia en un territorio a medio camino entre Vértigo y El nadador. Todo conduce a Gipsy’s Acre, esa casa suspendida entre la belleza y la maldición, símbolo perfecto de la ambición que devora a su dueño.
Hywel Bennett ofrece una interpretación magnética, llena de matices y vulnerabilidad, componiendo un protagonista tan perturbado como trágico. A su lado, Hayley Mills aporta el contrapunto ideal: la química entre ambos, forjada tras varios proyectos en común, dota de verdad emocional a la historia.
La dirección de fotografía de Harry Waxman —el mismo que inmortalizaría años después El hombre de mimbre— capta con maestría tanto los exteriores brumosos como la arquitectura luminosa de esa casa imposible. Y la música de Bernard Herrmann, tan hipnótica como amenazante, envuelve todo en un aire de fatalismo que roza lo sublime.
Puede que algunos la consideren una rareza menor dentro del cine británico de los setenta, pero Noche sin fin es, para quien se deje llevar, una película fascinante: poética, inquietante y emocionalmente devastadora. No necesita comparaciones ni justificaciones. Basta con verla, sin prejuicios, y dejarse arrastrar por su hechizo. Tal vez, como Michael, uno tampoco logre olvidar nunca Gipsy’s Acre.


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