LA GRAN DEPRESION DE FLORENCE PUGH TRAS EL RODAJE DE "MIDSOMMAR".

 LA GRAN DEPRESION DE FLORENCE PUGH TRAS EL RODAJE DE "MIDSOMMAR".


Hay interpretaciones que exigen algo más que talento o disciplina: reclaman una entrega tan profunda que pueden desgastar a quien las encarna. Florence Pugh lo descubrió de manera abrupta cuando, aún considerada una joven promesa tras Lady Macbeth, aceptó sumergirse en el universo turbador de Midsommar. Ari Aster le confió el papel de Dani, un personaje que vive atravesado por el duelo, la fragilidad y la desorientación, y ella decidió abordarlo con una intensidad que terminaría pasándole factura.

Durante una conversación con Louis Theroux, la actriz recordó hasta qué punto aquel rodaje dejó una huella duradera. Pugh comentó que comprendió, quizá demasiado tarde, la necesidad de protegerse emocionalmente de ciertos papeles: «Si me agoto de esa forma, las consecuencias se van acumulando», confesó. La advertencia no era teoría, sino experiencia vivida.

Nada parecía fuera de lo común mientras filmaba la historia de esa joven marcada por la tragedia familiar y atrapada en una relación dañina antes de adentrarse en una comunidad sueca tan luminosa en apariencia como perturbadora en su interior. Pero la intensidad emocional que la actriz volcó en cada escena tuvo un coste que no reconoció hasta meses después. Tras Midsommar llegó Mujercitas, un rodaje alegre y de tono completamente distinto. Creyó que el cambio sería suficiente para liberarse del peso anterior, pero no fue así.

Solo cuando volvió a casa por Navidad, ya terminado el año, entendió que aquella tristeza que llevaba arrastrando no tenía otro origen que el personaje de Dani. «No afronté lo que había hecho», admitió. La depresión la acompañó durante medio año, consecuencia directa de su forma de trabajar y del dolor extremo que el guion le pedía encarnar: «Nunca había visto un nivel de sufrimiento así, y me sometí por completo al proceso». Lo que al principio eran simples ejercicios de imaginación —escuchar una noticia terrible sobre un familiar— terminó evolucionando hacia una inmersión emocional devastadora: visualizar ataúdes, funerales, pérdidas absolutas.

Para Pugh no se trataba solo de llorar, sino de dotar a ese llanto de un sonido real, desgarrado, que naciera de un dolor construido desde dentro. «Era mi oportunidad y quería intentarlo todo», recuerda. Pero aquella determinación la llevó a un estado límite del que no salió indemne: «No volveré a hacerlo. Me destruyó».

La consciencia plena de ese impacto llegó en un momento inesperado. Viajando hacia el rodaje de Mujercitas, la actriz irrumpió en lágrimas al pensar simbólicamente en Dani, como si la hubiese dejado abandonada en aquel claro soleado mientras las cámaras seguían registrando su angustia. «Mi cerebro sentía compasión por mí misma porque me había maltratado emocionalmente para lograr una interpretación», explicó. Sentía simultáneamente pena y desconcierto ante lo que había hecho para ser fiel al personaje. «Fue muy extraño», concluyó.

Aquel aprendizaje, duro pero revelador, marcó un antes y un después en su relación con los papeles más exigentes. Midsommar le dio un reconocimiento incuestionable, pero también la obligó a comprender que incluso el talento más poderoso necesita un refugio para no quedar herido por aquello que interpreta.



Comentarios

  1. Una mas que interesante muestra sobre las sectas que cumplen ritos ancestrales, tiene momentos bastante duros de digerir.

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