JOAN CRAWFORD, LUCES, SOMBRAS Y LA CREACION DE UN MITO.
Pocas figuras en Hollywood se forjaron con tanta determinación como Joan Crawford, una actriz cuya grandeza profesional convivió siempre con una vida privada convulsa, llena de contradicciones y marcada por un deseo casi obsesivo de control. Para cuando falleció en 1977, llevaba ya tres años recluida voluntariamente, alejada del escrutinio público tras ver unas fotografías que, según confesó, la obligaron a admitir que no quería ser recordada de aquella manera. Su retirada fue tan drástica que convirtió sus últimos años en un acto final de desaparición, como si la estrella quisiera apagar su propia luz antes de que lo hicieran otros.
Crawford había disfrutado de algunos de los mayores éxitos de su carrera en las décadas previas: Johnny Guitar o ¿Qué fue de Baby Jane? demostraron que, incluso con el paso del tiempo, seguía siendo capaz de sostener papeles de enorme fuerza dramática, en ocasiones enfrentándose en pantalla —y fuera de ella— a rivales tan legendarias como Bette Davis. Esa capacidad para reinventarse después de los cuarenta fue el eco de la misma ambición que la movió en su juventud, cuando se empeñó en abrirse paso en un Hollywood que aún dudaba de ella.
Detrás de esa imagen poderosa, sin embargo, su vida familiar era un torbellino. Adoptó cuatro hijos —Christina en 1939, Christopher en 1943 y los gemelos Cindy y Cathy en 1947— y su relación con ellos estuvo plagada de tensiones, castigos y enfrentamientos constantes. Para Christina, aquellas heridas se convirtieron en libro tras la muerte de su madre: Queridísima mamá, publicado en 1978, la retrató como una figura autoritaria, violenta y emocionalmente devastadora. El escándalo dividió al público y generó un debate que todavía hoy divide opiniones. Incluso su gran rival, Bette Davis, salió en defensa del talento de Crawford, lamentando que su hija la recordara de ese modo.
Mientras tanto, la imagen de perfección que Crawford trataba de proyectar se alimentaba de hábitos que rozaban lo patológico: una obsesión por la limpieza, rutinas físicas extenuantes, tratamientos de belleza interminables y una necesidad férrea de control. A ello se sumaban cuatro matrimonios fallidos —el último con el presidente de Pepsi-Cola—, cuya muerte le otorgó incluso un papel destacado en la compañía, desde donde impulsó nuevas estrategias publicitarias entre arrebatos de megalomanía y noches de excesos.
Su carrera, sin embargo, había comenzado de manera muy distinta. Tras una infancia difícil en Texas —con un padre ausente y trabajos humildes desde muy joven—, ganó un concurso de belleza en 1925 que la llevó directamente a la Metro. Allí, en plena era muda, construyó con meticulosidad su imagen de flapper moderna, protagonizando decenas de películas que consolidaron su presencia en la industria. Su matrimonio con Douglas Fairbanks Jr. aumentó su notoriedad, pero fue su talento para adaptarse al sonoro lo que la convirtió en una de las grandes estrellas de los años treinta.
La llegada de la década de 1940 fue un punto de inflexión. Aunque Grand Hotel y Mujeres ya la habían situado en lo más alto, la actriz empezó a encadenar fracasos comerciales que llevaron a la Metro a prescindir de ella en 1944. Sufrió una crisis profunda, pero resurgió con fuerza apenas un año después gracias a Alma en suplicio, papel que le valió el Oscar. Lo recogió desde la cama, fingiendo estar enferma, temerosa de enfrentarse a una gala donde no tenía asegurado el triunfo.
Desde entonces, luchó con determinación para mantener su estatus, aferrándose a interpretaciones intensas, personajes complejos y un ritmo de trabajo que parecía indestructible. Y aunque sus memorias Mi estilo de vida y Un retrato de Joan intentaron suavizar las aristas de su figura, dejaron entrever la grieta entre la actriz indomable y la mujer en conflicto permanente.
Joan Crawford fue, sin duda, una de las presencias más poderosas de la pantalla. Una estrella magnífica, disciplinada y feroz. Pero también una sombra inquietante, marcada por excesos, contradicciones y heridas abiertas que nunca llegaron a cerrarse. Tal vez por eso, pese a su inmenso talento, nunca logró ser una actriz querida. Fue, sencillamente, inolvidable.

Una grandiosa actriz, pero con una vida personal algo oscura.
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