FRANCIS FORD COPPOLA: EL PRECIO DE UN SUEÑO LLAMADO "MEGALOPOLIS".

 FRANCIS FORD COPPOLA: EL PRECIO DE UN SUEÑO LLAMADO "MEGALOPOLIS".


Durante casi una década, Francis Ford Coppola halló en una pequeña isla de Belice un refugio para el descanso y la contemplación. Coral Caye, un paraíso de apenas 2,5 acres, a unos 25 minutos en barco del continente, le ofrecía la calma que Hollywood rara vez concede. Allí, rodeado de vegetación tropical y un mar de tonalidades infinitas, el cineasta pasaba largas temporadas, ajeno al ruido de la industria. Pero la quietud de ese rincón idílico ha llegado a su fin: Coppola se ha visto obligado a venderlo. Su representante lo confirmó con pesar, asegurando que el director “estaba muy triste por el fin de su contrato de alquiler” y que siempre consideró aquel lugar “muy especial”. La operación, valorada en 1,8 millones de dólares, es una de las varias medidas con las que el cineasta intenta recomponer unas finanzas golpeadas por su proyecto más ambicioso y problemático.

Porque antes de la isla estuvo Megalópolis. En el Festival de Cannes, cuando presentó su largamente soñada película, Coppola ya restaba importancia a los rumores sobre su inversión personal. “El dinero no importa”, dijo entonces, como si el riesgo financiero fuera solo una nota al pie de su visión artística. Había vendido parte de sus viñedos y recurrido a préstamos para costear una producción que alcanzó los 120 millones de dólares. Pero la epopeya visual que debía ser su legado se convirtió pronto en un símbolo de exceso y ruina.

Estrenada entre críticas dispares y envuelta en acusaciones de conducta inapropiada durante el rodaje, Megalópolis recaudó apenas 14 millones. Un fracaso monumental que dejó al director de El padrino en una situación delicada. “No tengo dinero porque invertí todo lo que había pedido prestado para hacer Megalópolis. Básicamente se ha esfumado. Creo que lo recuperaré en 15 o 20 años, pero ahora no tengo nada”, reconoció hace poco, con una serenidad casi resignada.

En su caída hay algo de tragedia clásica, como si el destino hubiera decidido hacer justicia poética a su última obra. Para muchos, Megalópolis ya empieza a adquirir el aura de las películas malditas: obras devoradas por su propio mito, destinadas a ser recordadas tanto por su grandeza como por su catástrofe. El reciente documental MegaDoc ha reforzado esa percepción, explorando los entresijos de un rodaje tan intenso como visionario.

Ahora, mientras intenta rehacerse, Coppola empieza a desprenderse de los símbolos de una vida de éxito: su lujoso reloj F.P. Journe, valorado en un millón de dólares, y aquella isla donde el tiempo parecía detenerse. Aun así, no se rinde. Dice tener un par de ideas para una nueva película. Quizá otro sueño, quizá otra locura. Lo único cierto es que Francis Ford Coppola sigue siendo fiel a sí mismo, incluso cuando todo lo demás —dinero, fama, fortuna— parece desvanecerse.



Comentarios

  1. Es su dinero, en fin el que se arriesga en proyectos destinados al fracaso e invierte su propia fortuna, tiene estas consecuencias.

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