40 ANIVERSARIO DE LA VERSION MAS "TERRORIFICA" DE "EL MAGO DE OZ".
Hay viajes que comienzan con la nostalgia y acaban convertidos en un desconcierto absoluto. Eso le ocurre a Dorothy cuando vuelve a Oz, y también a cualquiera que se acerque a Oz, un mundo fantástico, esa secuela improbable que Disney impulsó con dudas, temores y un director que estuvo a punto de ser despedido antes de empezar. Curiosamente, fue esa mezcla de riesgo y torpeza la que terminó dando forma a una película marcada por el culto y por una herencia inesperada en la cultura popular.Lo sorprendente es que el proyecto no nació de la confianza, sino del titubeo. Walter Murch, montador de Coppola, Lucas y hasta Orson Welles, fue elegido para dirigir esta continuación sin haber debutado jamás detrás de la cámara. Su nombramiento inquietó a Disney, que en cuestión de días decidió cesarlo. Solo la presión de amigos influyentes logró que recuperara el puesto. Aun así, el coste personal fue alto: tras completar la película, Murch regresó discretamente al montaje y no volvió a dirigir un largometraje.
La propia película tiene algo de espejo roto. Dorothy Gale, encarnada por una joven Fairuza Balk, vive atrapada en la añoranza de su primera aventura. Su tía, preocupada por esa melancolía, recurre a un médico obsesionado con la electricidad como cura milagrosa. El tratamiento fracasa, y el desastre abre un portal involuntario: Dorothy regresa a Oz, esta vez más oscuro, más extraño, más inquietante. Allí no encuentra la alegría pasada, sino un reino gobernado por el implacable rey Nome, cuya magia ha deformado el destino de sus antiguos amigos. Lo que sigue es una odisea marcada por la desolación y el desconcierto, una aventura en la que los recuerdos felices funcionan casi como espejismos.
Resulta curioso que, aun con su recepción desigual, Oz, un mundo fantástico terminara influyendo en uno de los cineastas más imaginativos de su tiempo: Tim Burton tomó prestados rasgos de uno de sus personajes para dar vida a Jack Skellington, figura emblemática de Pesadilla antes de Navidad. Un guiño que demuestra hasta qué punto la película, pese a su carácter extraño, dejó una huella duradera.
El universo de L. Frank Baum nunca ha dejado de reinventarse. Su mundo ha generado cerca de medio centenar de adaptaciones, desde los cortos mudos que precedieron al clásico de Judy Garland hasta reinterpretaciones tan dispares como El mago, la versión pop filmada por Sidney Lumet con Michael Jackson en el reparto. En televisión surgieron apuestas más discretas, como Tin Man, con Zooey Deschanel y Alan Cumming, o Las brujas de Oz, producciones que ampliaban el mapa de Oz sin alcanzar el prestigio de los títulos mayores.
Con el tiempo, este imaginario encontró una nueva resurrección: Wicked, la historia paralela que devolvió al mundo de Oz su brillo contemporáneo y que, tras el éxito del pasado año, estrenó su segunda parte este 21 de noviembre. Un recordatorio de que la tierra de esmeraldas nunca se marchó del todo, solo quedó esperando a que alguien se atreviera a visitarla de nuevo.
Así, Oz, un mundo fantástico queda como una rareza valiosa: una película que nació con miedo, que caminó entre sombras y que, sin pretenderlo, terminó formando parte esencial de un mito que sigue expandiéndose. Un retorno distinto, inquietante, imperfecto… pero inolvidable.

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