SYLVESTER STALLONE EVITO OTRO FINAL DISTINTO PARA ROCKY BALBOA.
En la historia del cine norteamericano, pocos vínculos entre un autor y su personaje resultan tan íntimos y persistentes como el que une a Sylvester Stallone con Rocky Balboa. Lo que comenzó como una historia de superación modesta en 1976 terminó por convertirse en una extensión de la identidad del propio intérprete, una autobiografía disfrazada de epopeya pugilística. Stallone no concibió a Rocky como un producto industrial, sino como una afirmación de existencia: cuando los estudios le ofrecieron comprarle el guion sin permitirle protagonizarlo, respondió con una frase que define su ética creativa —«sin mí, Rocky no existe»—.Esa frase resume toda una concepción del autor como guardián moral de su obra. Stallone ha entendido siempre que Rocky pertenece tanto al público como a su propia biografía. Su resistencia a que el personaje muriera en Creed (2015) bajo la dirección de Ryan Coogler no fue una mera disputa artística, sino un acto de preservación simbólica. En la versión original, Balboa debía enfermar de ELA y morir en pantalla, pero Stallone frenó el desenlace: «Preferiría que se subiera a un tren y no volver a verlo. Morir desanimaría al público», explicó.
El gesto encierra una idea de responsabilidad emocional poco común en la era del cine-franquicia. Para Stallone, Rocky no podía desaparecer porque representaba algo más que un héroe popular: era la metáfora viva de la resistencia, del fracaso convertido en motor. Matarlo habría sido suprimir el último resquicio de esperanza en una mitología que él mismo había edificado. Su intervención obligó a reescribir Creed en clave más íntima y melancólica, y el resultado —una interpretación contenida, sin ring ni puños, pero llena de humanidad— le valió una nominación al Oscar, una especie de reconocimiento tardío al soñador de 1976.
Sin embargo, el distanciamiento entre Stallone y Creed III evidenció la fractura entre el autor y la maquinaria que heredó su creación. El propio actor lamentó no haber sido consultado: «Es el típico caso de usar partes de Rocky sin preguntarme si quiero unirme». Detrás del enfado se percibe la angustia del creador ante la independencia de su criatura, esa sensación de pérdida cuando el mito comienza a vivir sin su autor.
Resulta revelador que Stallone haya proyectado siempre en Rocky su propia experiencia de precariedad y redención. Durante el rodaje de la primera película llegó a vender a su perro para poder comer, y lo recompró después del éxito. Ese gesto, anecdótico y a la vez fundacional, resume el grado de fusión entre ambos destinos: el luchador de ficción y el hombre real que apostó todo por hacerlo existir.
Hoy, con Balboa relegado al silencio, Stallone se resiste a firmar su acta de defunción. No por nostalgia, sino por coherencia: dejar morir a Rocky equivaldría a aceptar la derrota definitiva de una cierta idea del sueño americano, esa convicción ingenua pero poderosa de que incluso cuando todo parece perdido, todavía queda un asalto por pelear. En tiempos de cinismo y franquicias sin alma, Stallone encarna —quizá sin pretenderlo— al último romántico del Hollywood clásico.

Estoy seguro que si en una encuesta preguntaran por nombres de boxeadores de toda la historia, seguro que mas de una persona contestaria: "Rocky Balboa".
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