EL TRAGICO FINAL DE SHARON TATE.

 EL TRAGICO FINAL DE SHARON TATE.

Hay tragedias que parecen sellar el fin de una era. La de Sharon Tate fue una de ellas. Cuando la noticia de su asesinato recorrió Hollywood aquel agosto de 1969, la industria no solo perdió a una joven actriz en ascenso: perdió también la inocencia. Fue el último golpe de la contracultura, el punto exacto en el que los sueños luminosos de los sesenta se tornaron pesadillas.

Roman Polanski estaba en Londres preparando El día del delfín —una película que nunca llegaría a rodar— cuando recibió la llamada. En su casa de Los Ángeles, Tate había reunido a algunos amigos íntimos: Jay Sebring, su exnovio y peluquero de las estrellas; Abigail Folger, heredera de una fortuna cafetera; el escritor polaco Wojciech Frykowski y un joven visitante de apenas dieciocho años, Steven Parent. Aquella noche, cuatro miembros de “La Familia”, la secta liderada por Charles Manson, irrumpieron en la vivienda y asesinaron a todos los presentes. Sharon Tate, embarazada de ocho meses, suplicó que la dejaran vivir hasta dar a luz. Nadie escuchó sus ruegos. Fue apuñalada con brutalidad.

Tres días después, Hollywood entero se congregó en el cementerio Holy Cross. Polanski, devastado, pidió que su esposa fuera enterrada con el hijo que nunca llegó a nacer. A su lado estaban Warren Beatty, Yul Brynner, Peter Sellers… estrellas que compartían el mismo desconcierto. El crimen había traspasado cualquier límite. Días más tarde, el director accedió a ser fotografiado por la revista Life en la escena del asesinato, aún manchada de sangre. «Reafirmó mi fe en el absurdo», diría después. Aquel absurdo —ese sinsentido entre el horror y la culpa— marcaría para siempre su cine.

Las motivaciones de Manson eran tan delirantes como crueles. Pretendía desatar una guerra racial: que los asesinatos parecieran obra de afroamericanos para provocar el caos y el colapso social. Durante semanas, los asesinos siguieron libres y llegaron a cometer otro crimen, el del matrimonio LaBianca. Solo tras ser detenidos por otros delitos menores, sus confesiones sacaron a la luz la espantosa verdad. En 1971, cuatro de los cinco acusados fueron condenados a muerte, aunque las sentencias serían conmutadas poco después por cadena perpetua. Charles Manson moriría en prisión en 2017, sin arrepentimiento alguno.

Pero antes de ser un mito trágico, Sharon Tate fue una muchacha que soñaba con el cine. Había nacido en Texas en 1943 y su infancia transcurrió entre bases militares y mudanzas constantes, siguiendo los destinos de su padre, coronel del Ejército estadounidense. En Italia, siendo adolescente, descubrió su vocación al ver rodar un péplum. Le fascinaban aquellas actrices de mirada intensa y vestidos de túnica: un mundo de cartón piedra que, sin embargo, parecía más verdadero que la realidad.

Con el tiempo, el actor Jack Palance la animó a presentarse a castings en Roma. Su belleza delicada y su aire distante llamaban la atención, aunque no encajaba en el canon exuberante de la época. “Demasiado inglesa”, decían los productores. Pero ese rechazo la empujó a seguir adelante. En 1962 se mudó a California, firmó con la agencia Filmaways y empezó a abrirse camino en la industria. Rechazaba las audiciones a puerta cerrada y los desnudos impuestos. Aquella determinación, poco común en una recién llegada, la distinguía tanto como su rostro.

Su debut llegó con El ojo del diablo (1964), junto a David Niven y Deborah Kerr, y más tarde No hagan olas, al lado de Tony Curtis y Claudia Cardinale. Sin embargo, su verdadero punto de inflexión fue conocer a Roman Polanski en Londres, durante el rodaje de El baile de los vampiros. De su colaboración nació una historia de amor y también una carrera que parecía despegar con fuerza: El valle de las muñecas, La mansión de los siete placeres, ¿Cuál de las tres?... Sharon Tate se había convertido en la nueva promesa de Hollywood.

En 1968 se casó con Polanski y pronto quedó embarazada. La felicidad parecía completa. Pero en la madrugada del 9 de agosto del año siguiente, todo se detuvo. Lo que siguió fue leyenda negra, símbolo y herida abierta. Décadas más tarde, Quentin Tarantino la devolvería a la vida en Érase una vez en… Hollywood (2019), donde Margot Robbie interpretó a una Tate luminosa, libre de su destino. Una fantasía redentora que imaginaba lo que nunca fue: un final feliz para quien encarnó, como nadie, la inocencia perdida de Hollywood.



Comentarios

  1. Una de las tristes historias de la crónica negra de Hollywood. Una actriz de gran belleza que tenía un futuro muy prometedor por delante.

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