EL PEOR ACTOR PARA JOHN WAYNE FUE UN GANADOR DE DOS OSCAR.

 EL PEOR ACTOR PARA JOHN WAYNE FUE UN GANADOR DE DOS OSCAR.

Hay actores que definen un género, y luego está John Wayne, el hombre que prácticamente fue el western. Durante las décadas de 1950 y 1960, su silueta recortada contra el horizonte del desierto y su voz grave se convirtieron en sinónimos del espíritu americano. De la mano de cineastas como John Ford y Howard Hawks, Wayne encarnó a ese héroe rudo y solitario que patrullaba la frontera en títulos como Centauros del desierto (1956) o El hombre que mató a Liberty Valance (1962). Pero tras esa imagen imperturbable de forajido noble y testarudo se escondía un temperamento bien distinto.

La serenidad, de hecho, nunca fue su fuerte. Wayne no solo fue un mito de Hollywood: también un símbolo cultural que no se mordía la lengua. Denunció públicamente tendencias que consideraba ajenas a sus principios y no dudó en enfrentarse a actores más jóvenes, sobre todo a aquellos que amenazaban con disputarle su trono en el Oeste. Con los años, el carácter se le endureció aún más; la estrella se volvió irritable, casi un sheriff cascarrabias fuera de la pantalla.

Su enemistad con Clint Eastwood, heredero natural del sombrero y las espuelas, es bien conocida: no soportaba el tono oscuro y crepuscular de sus películas. Sin embargo, su verdadero rechazo iba dirigido a otro actor, uno que nunca fue su rival directo pero sí despertó su desdén. Según recuerda su hija Aissa en el libro John Wayne: My Father, “solo lo oí hablar una vez con verdadero veneno”, y el destinatario de aquel rencor era Gene Hackman.

Wayne lo despreciaba con una intensidad inexplicable: lo calificó como “el peor actor del mundo” y no podía verlo en pantalla sin despotricar contra él. Aissa nunca logró entender el motivo, aunque sospecha que, con el tiempo, su padre habría acabado cambiando de opinión. “Si hubiera vivido para ver más de su obra, creo que habría admirado a Hackman”, escribió.

Curiosamente, Hackman representaba un tipo de masculinidad que, sobre el papel, encajaba con la de Wayne: áspera, autoritaria, forjada a base de cicatrices morales. Ambos compartían una presencia imponente y cierta alergia al artificio interpretativo, aunque Hackman —a diferencia de Wayne— no necesitó alcanzar la vejez para proyectar experiencia o dureza; la llevaba inscrita desde sus primeros papeles.

El actor de Sin perdón tampoco era un ejemplo de docilidad: su temperamento era conocido, y su intensidad natural lo hacía tan magnético como imprevisible. En otro tiempo, quizá Wayne habría reconocido en él a un aliado, no a un enemigo.

No fue el único con quien ajustó cuentas verbales. También Clark Gable recibió su dosis de desprecio. “Guapo pero tonto”, le llamó más de una vez, según su hija. La ofensa tenía raíces más hondas: Gable había tenido un enfrentamiento con John Ford durante el rodaje de Mogambo, y para Wayne, la lealtad al viejo amigo era una cuestión de honor. “En su mentalidad, la deslealtad a los aliados estaba prohibida”, recordaba Aissa.

Así era el duque: tan leal como intransigente, tan firme en sus convicciones como en su paso por la pradera. Si el western fue su reino, también lo fue su temperamento —duro, obstinado, y siempre dispuesto a librar su propia batalla, incluso cuando ya no había frontera que conquistar.



Comentarios

  1. Pues no estoy de acuerdo con John Wayne, aunque todo el mundo tiene sus opiniones y todas muy respetables.

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