40 ANIVERSARIO DE "EL SECRETO DE LA PIRAMIDE".

40 ANIVERSARIO DE "EL SECRETO DE LA PIRAMIDE".
Pocos personajes han viajado tanto por el imaginario popular como Sherlock Holmes. Nacido de la pluma metódica y brillante de Arthur Conan Doyle, el detective de Baker Street ha inspirado centenares de películas, series y versiones apócrifas. Robert Downey Jr. lo transformó en un héroe de acción victoriano, Benedict Cumberbatch lo reinventó como un genio contemporáneo y Henry Cavill lo incorporó al universo de Enola Holmes. Pero para muchos espectadores españoles hay una versión que sigue brillando con luz propia: El secreto de la pirámide (Young Sherlock Holmes, 1985), que este año celebra su 40º aniversario.

La película, dirigida por Barry Levinson —quien pocos años después ganaría el Oscar por Rain Man—, fue un experimento curioso dentro del canon holmesiano: imaginar los primeros pasos del futuro detective y su primer encuentro con el joven Watson. El guion corrió a cargo de Chris Columbus, más tarde responsable de Solo en casa y las dos primeras entregas de Harry Potter, y destila un aire de aventura juvenil que mezcla la emoción de Los Goonies con el misterio gótico propio de Conan Doyle.

Entre las múltiples curiosidades que rodean al filme hay una especialmente simbólica. Nigel Stock, que interpreta al excéntrico inventor Rupert Waxflatter, ya había habitado el universo de Holmes años antes: fue el Dr. Watson en una serie de la BBC en los sesenta. El secreto de la pirámide sería su última aparición en pantalla, como también lo fue para Brian Oulton, Lockwood West y Willoughby Goddard. Anthony Higgins, que aquí encarna al misterioso Profesor Rathe, se enfundaría años después la capa del propio detective en la TV Movie El regreso de Sherlock Holmes (1993). Y Nicholas Rowe, protagonista de esta historia de iniciación, regresaría simbólicamente al personaje tres décadas más tarde con un cameo en Mr. Holmes (2015), junto a Ian McKellen.

Alan Cox, hijo del gran Brian Cox (Succession), interpretó al joven Watson, aunque durante el rodaje creció tanto que algunas escenas debieron rodarse con distancia estratégica para disimularlo. Entre bastidores, el ilusionista David Copperfield llegó a incorporar fragmentos de la banda sonora de Bruce Broughton a sus espectáculos, y Steven Spielberg, productor ejecutivo del proyecto, terminó pagando un curioso peaje: la abundante nieve artificial usada en Oxford para recrear la Navidad londinense dañó el césped del campus, y el propio Spielberg se encargó de reparar los desperfectos.

El filme es también recordado por una de las primeras secuencias de efectos generados por ordenador —el célebre caballero de vidrieras que cobra vida—, un hito técnico que anticipaba el futuro de Jurassic Park. Como buen relato de iniciación, El secreto de la pirámide combina aventura, melancolía y un toque de romanticismo trágico, dejando entrever ya al Holmes adulto, racional y solitario. Cuarenta años después, sigue siendo una de las aproximaciones más originales al mito: una película de descubrimiento, tanto para su protagonista como para el propio espectador.

Pocos personajes han viajado tanto por el imaginario popular como Sherlock Holmes. Nacido de la pluma metódica y brillante de Arthur Conan Doyle, el detective de Baker Street ha inspirado centenares de películas, series y versiones apócrifas. Robert Downey Jr. lo transformó en un héroe de acción victoriano, Benedict Cumberbatch lo reinventó como un genio contemporáneo y Henry Cavill lo incorporó al universo de Enola Holmes. Pero para muchos espectadores españoles hay una versión que sigue brillando con luz propia: El secreto de la pirámide (Young Sherlock Holmes, 1985), que este año celebra su 40º aniversario.

La película, dirigida por Barry Levinson —quien pocos años después ganaría el Oscar por Rain Man—, fue un experimento curioso dentro del canon holmesiano: imaginar los primeros pasos del futuro detective y su primer encuentro con el joven Watson. El guion corrió a cargo de Chris Columbus, más tarde responsable de Solo en casa y las dos primeras entregas de Harry Potter, y destila un aire de aventura juvenil que mezcla la emoción de Los Goonies con el misterio gótico propio de Conan Doyle.

Entre las múltiples curiosidades que rodean al filme hay una especialmente simbólica. Nigel Stock, que interpreta al excéntrico inventor Rupert Waxflatter, ya había habitado el universo de Holmes años antes: fue el Dr. Watson en una serie de la BBC en los sesenta. El secreto de la pirámide sería su última aparición en pantalla, como también lo fue para Brian Oulton, Lockwood West y Willoughby Goddard. Anthony Higgins, que aquí encarna al misterioso Profesor Rathe, se enfundaría años después la capa del propio detective en la TV Movie El regreso de Sherlock Holmes (1993). Y Nicholas Rowe, protagonista de esta historia de iniciación, regresaría simbólicamente al personaje tres décadas más tarde con un cameo en Mr. Holmes (2015), junto a Ian McKellen.

Alan Cox, hijo del gran Brian Cox (Succession), interpretó al joven Watson, aunque durante el rodaje creció tanto que algunas escenas debieron rodarse con distancia estratégica para disimularlo. Entre bastidores, el ilusionista David Copperfield llegó a incorporar fragmentos de la banda sonora de Bruce Broughton a sus espectáculos, y Steven Spielberg, productor ejecutivo del proyecto, terminó pagando un curioso peaje: la abundante nieve artificial usada en Oxford para recrear la Navidad londinense dañó el césped del campus, y el propio Spielberg se encargó de reparar los desperfectos.

El filme es también recordado por una de las primeras secuencias de efectos generados por ordenador —el célebre caballero de vidrieras que cobra vida—, un hito técnico que anticipaba el futuro de Jurassic Park. Como buen relato de iniciación, El secreto de la pirámide combina aventura, melancolía y un toque de romanticismo trágico, dejando entrever ya al Holmes adulto, racional y solitario. Cuarenta años después, sigue siendo una de las aproximaciones más originales al mito: una película de descubrimiento, tanto para su protagonista como para el propio espectador.



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